A las 7 de la mañana del 15 de septiembre de 2008, cuando Lehman Brothers se declaró insolvente, quebró mucho, muchísimo más que una de las mayores entidades financieras del mundo. Nunca antes había sucedido algo así. El banco acumuló 613.000 millones de dólares de deudas frente a un supuesto saldo de 639.000 millones en activos, valorados en apenas 2.000 millones tan solo un par de días después en la venta exprés de su negocio core. "Tengo que aprobar esta transacción porque es la única disponible", justificó James Peck, el juez de Manhattan encargado del proceso. Desde ese día, nadie se creyó nada de lo que figuraba en los libros del sector, contagiados aquella vez por la pandemia de las hipotecas basura que hicieron saltar por los aires a todo el sistema financiero mundial. Ni en aquel momento la Bolsa española padeció una semana tan roja como la que acaba de dejar atrás y la Comisión Europea asume abiertamente que toda la UE entrará en recesión en 2020. La economía incuba una nueva y enorme crisis por culpa del coronavirus, justo una década después de la anterior. Pasó muy poco tiempo entre ambas. ¿Riesgos? Muchos, sobre todo pensando en los que todavía no se recuperaron. ¿Ventajas? También. Empresas y bancos son hoy más eficientes, más sanos, y la conciencia ciudadana respecto a la economía es también muy diferente.

Como está ocurriendo a pie de calle, la ansiedad se está apoderando del tejido productivo. Los primeros problemas de producción por la ruptura de la cadena de aprovisionamiento y la parálisis de la demanda en la mayoría de sectores alientan las regulaciones de empleo planteadas ya por grandes y no tan grandes empresas. "Las percepciones importan porque en función de eso se toman decisiones", destaca Santiago Lago, catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de Vigo, que apela a tener muy en cuenta las distancias entre el " shock exógeno inesperado" actual y "el crack de 2008". "Aquella fue una crisis general del sistema -recuerda el también director del Foro Económico de Galicia- porque había problemas muy graves de fondo, como el elevado endeudamiento y la burbuja inmobiliaria".

En el caso de Galicia, por ejemplo, hogares y empresas llegaron a sumar casi 71.300 millones de euros en créditos. El saldo en vigor se situaba el pasado septiembre en 39.913 millones, lo que supone un desplome del 44% (31.370 millones menos), según los últimos datos del Banco de España. Al otro lado de la balanza, el sector privado de la comunidad elevó sus ahorros en cerca de 10.000 millones, un 18%, hasta rozar los 54.000 millones.

"Lo que está sucediendo es un choque muy difícil que requiere medidas de los gobiernos y las autoridades comunitarias", indica Lago. Inyecciones de dinero. "Si este año nos vamos a un déficit del 5% o 6% no pasa nada", dice, siempre que Bruselas acompañe sus mensajes de relax en las reglas de estabilidad con la mano abierta a los estados miembros. "Ahora bien -añade Santiago Lago-, si todos nos empeñamos en hacer esto peor, lo podemos conseguir".

En los últimos días se mueve en las redes sociales una ola a favor del mantenimiento de ciertos gastos del día a día en función de lo que cada uno pueda para evitar un deterioro mayor de la economía. Desde seguir pagando las cuotas al gimnasio y de las actividades extraescolares de los niños, a los contratos de las empleadas de hogar. "Debemos mantenerlo en la medida de los posible porque es un acto de solidaridad porque, al final, conoces a la gente que está ahí con nombre y apellidos y el gasto es también una inyección de dinero a nuestra economía", afirma Lago. "Ese choque, que, insisto, será difícil, también será transitorio y breve -continúa-. Si lo interiorizamos, como decía antes respecto a las percepciones, el coste económico y social será mucho menor".

Al consumo, de hecho, le debe la economía gallega casi todo lo ganado durante el último año tras la ralentización de la actividad que Europa llevaba antes del estallido de la crisis del coronavirus y el impacto que para el negocio exterior de la región estaba teniendo el freno de los pedidos desde las principales potencias del continente. El gasto de las familias y las instituciones sin ánimo de lucro aportaron al Producto Interior Bruto (PIB) autonómico casi 42.000 millones de euros en 2019 tras un alza del 3,4% en comparación con el ejercicio anterior. Por eso la economía gallega pudo encadenar un trimestre más en positivo. E iban 25.

"Si es un episodio de uno o dos meses, no debería ser una catástrofe económica", opina el catedrático, que da por hecho que habrá un reparto de los costes. "Todos vamos a tener que ceder y la cuenta de resultados será menor, pero lo importante, la base de todo, será el mantenimiento de los puestos de trabajo", resume.

El empleo es para Jorge Cebreiros "la prioridad". "El que menos debe soportar la carga es el ciudadano y el consumidor, y después las empresas", apela el presidente de la Confederación de Empresarios de Pontevedra (CEP). Especialmente las pymes y las micropymes, entre las que el margen de maniobra es mucho más escaso. "Cuando bajamos a la microeconomía vemos la realidad", subraya, muy dudoso de que los accionistas de las grandes compañías del Ibex estén dispuestos a asumir que este año no toca dividendos.

A diferencia de 2008, según Cebreiros, "las empresas ahora somos más eficientes". "Nos hemos preparado para momentos de escasez, con liquidez, optimización de recursos, digitalización y el mercado laboral es más flexible -enumera-. Todo eso antes no lo teníamos". "Y en ciudadanos se ha generado una sensibilidad en el gasto que se ha quedado ya dentro de nuestra cultura -apunta-. A nadie se le ocurre ya pensar en una cena de negocios de 60 euros por plato". Eso juega a "nuestro favor".