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Rafael Álvarez "El Brujo": "Si decimos que el teatro puede cambiar el mundo es para lograr una subvención"

"Lo que hay ahora mismo es una erupción de egoísmo: yo y lo mío, lo que yo pienso, mis ideas, mi país..."

'El Brujo', cómico.

Medio siglo contempla la carrera de este actor y dramaturgo, discípulo de Dario Fo, un devoto del Siglo de Oro que estos días está de gira por España con 'Cómico', un espectáculo que hace honor a su verdadera vocación.

-¿Por qué hay que ver 'Cómico'?

-Porque luego el espectador comentará con sus amigos, cuando vaya a cenar, las cosas que yo digo y estarán brillantes.

-¿Cómo se construye un espectáculo sin estructura alguna?

-Es muy difícil. Solamente después de llevar muchos años ahí. Teniendo muchos, muchos recursos. Y sabiendo por dónde pueden ir las cosas, para conducir el espectáculo como un conductor conduce un Fórmula 1.

-¿Qué papel ha jugado la risa en su vida?

-Me ha liberado de muchas tensiones, y me ha dado muchos ratos agradables. Ante una situación un poco escabrosa, si logramos reír la veremos de una manera menos sórdida y encontraremos soluciones, porque la risa distiende los músculos, aligera el diafragma, las neuronas trabajan mejor y te reconcilia contigo mismo.

-¿Usted sabe reírse de todo?

-Yo me río de bastantes cosas, para empezar, de mí mismo. Me tomo con bastante sentido del humor, hasta mis tragedias. Y luego me río de todo lo que veo ridículo.

-¿Son muchas las cosas del día a día que le parecen ridículas?

-Depende del día. Hay días en que todo te parece ridículo y te descojonas y otros en los que solo ves ridículas unas cuantas cosas y dices: "Qué pena, hoy me puedo reír poco".

-¿Cuando sigue la actualidad política se descojona?

-Me sonrío, pero también hay que tener en cuenta que los políticos son un síntoma, no son la causa de lo que padecemos.

-¿Cuál es la causa?

-Nosotros mismos. Somos seres maravillosos pero llenos de contradicciones. Somos frágiles, aspiramos a la celebridad en un momento determinado a costa de cualquier cosa, nos encantan los juguetes, somos como niños, nos encanta consumir cosas que no necesitamos? Tenemos nuestros problemillas... ya lo sabían los clásicos, los grandes autores del Siglo de Oro, que la cabra tira al monte.

-¿El Siglo de Oro está en su ADN?

-No, no está en mi ADN porque sino estaría yo un poco ya gagá.

-A sus 70 años, ¿qué le mantiene ahí arriba?

-La alegría del escenario.

-¿Sabe qué es el vértigo?

-Lo he sufrido muchas veces, pero en el escenario se resuelve todo, solo hay que dejarse llevar.

-¿Últimamente el público se ríe menos?

-No, no, la gente se suele reír mucho. Cuando se crea un clima de distensión, en el teatro se ríen de cualquier cosa aunque sea un chiste malo.

-Chistes malos no los encontraremos en escena...

-La verdad es que no hay ni chistes buenos ni chistes malos. Eso ya lo decía Shakespeare. Solo hay espectadores inteligentes y otros que lo cogen más tarde.

-¿Las irreverencias de Willy Toledo le molestan?

-A mí no. No me siento concernido en absoluto pero uno debe de respetar la vida de los demás, y las creencias y los sentimientos aunque para ti sean ridículos. Es un signo de intolerancia ser muy combativo y agresivo en tus expresiones tocando los sentimientos de la gente. A la gente hay que respetarla.

-¿Qué sentimientos tocará en el público con este 'Cómico'?

-Yo tocaré el corazón, si me dejan, con la palabra poética de San Francisco de Asís.

-¿Percibe cierto malestar entre los espectadores en estos tiempos de cambio?

-La vida está complicada pero no por los políticos, que también la tienen complicada, sino porque la tecnología y la civilización se ha hecho muy compleja. Te levantas por la mañana y antes de salir de tu casa te están llamando para venderte algo y te cabreas porque te llaman tres veces? Les preguntas quién les ha dado tu teléfono, y no importa, te siguen llamando, te das de alta en una compañía y cuando quieres darte de baja no lo hacen y te demandan, tienes que llamar, te ponen un numerito, sale la musiquita, nadie te atiende? Y llegas a casa deseando darle un golpe a alguien. Ese es el problema de la civilización tecnológica. Nos hemos complicado la vida mucho. Dentro de unos años, cuando la tecnología sea más sencilla, estructurada y dominada, quizá todo sea más fácil y la gente tenga menos estrés.

- Si a eso le añade la crispación política...

-La crispación es el síntoma de un estado de egoísmo. Lo que hay ahora mismo en la vida es una erupción de egoísmo, yo y lo mío, lo que yo pienso, mi país, mi clase social, mi dinero, mi partido político, mis ideas? hay un apego fuerte a lo que uno considera que es de uno, de una manera intolerante, a veces agresiva, frente al adversario, al que uno piensa que es diferente. De ahí viene todo lo que hay.

-¿La palabra se ha desvirtuado?

-No hay un respeto a la palabra, a la vibración magnética de la palabra. La palabra no es considerada como algo que tenga un valor, como algo que mueva y conmueva, y que llegue a tocar los resortes de la vida. La gente nos creemos que hablar es una banalidad y no trae consecuencias, y sí las trae. La palabra es muy poderosa.

-¿Con ella se cambia el mundo?

-El teatro no puede cambiar el mundo, y si los actores lo decimos alguna vez es para lograr una subvención.

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