El Consejo Internacional para la Exploración del Mar (ICES) proporciona asesoramiento científico imparcial sobre el estado de los océanos y el uso sostenible de sus recursos a gobiernos y organizaciones desde hace más de 100 años. Una misión que cumple gracias al trabajo de más de 5.000 investigadores de sus 20 países miembros y de otras regiones. Una labor ingente, tanto de estudio como burocrática, que coordinan ocho expertos, entre ellos, Ruth Fernández (Vigo, 1979).

"Nuestra responsabilidad es que las cosas funcionen a lo largo de un proceso que dura varios meses, desde que se abren los grupos de trabajo de los científicos. Después se puede encargar una revisión independiente, luego se escribe un borrador junto con los representantes de todos los países miembros y se les envía para que lo estudien. Y finalmente se vuelven a reunir hasta que llegan a un acuerdo y lo aprueban por unanimidad. Es entonces cuando se publica el consejo científico del ICES. Somos el link entre los investigadores y la parte más burocrática. Y los que apagamos los fuegos", bromea.

El ICES nació en 1902 para gestionar los stocks internacionales y la mayoría del trabajo que realiza se traduce en consejos sobre cuotas que después la UE y el resto de organizaciones destinatarias como la Comisión de Protección del Medio Marino del Báltico (HELCOM) o la de Pesca del Atlántico Nororiental (NEAFC) aceptan o modifican en función de sus propias negociaciones.

"Nosotros hacemos recomendaciones y también nos piden consejo sobre problemas. Por ejemplo, Noruega nos ha enviado una solicitud para estudiar el impacto de los salmones de la acuicultura en las poblaciones salvajes. El 70-80% de lo que hacemos está relacionado con pesquerías, pero cada vez se asesora más a los países y a la Comisión Europea sobre el impacto de la pesca en el medio ambiente. Y la gente está muy motivada porque se están tomando iniciativas en este sentido", celebra.

De hecho, actualmente está implicada en un proyecto sobre la amenaza que supone la captura accidental para el delfín en el Golfo de Vizcaya y la marsopa del Báltico: "Veinte ONG europeas enviaron en verano dos informes a la Comisión para advertir de la situación y reclamar medidas urgentes de protección. Y la Comisión encargó al ICES que evalúe estos estudios y las medidas que proponen o que elabore otras alternativas".

Ruth conoce muy bien a los delfines, pues su anterior etapa como investigadora giró en torno a ellos. Su tesis, que realizó entre el Oceanográfico de Vigo y las universidades de Aberdeen (Escocia) y Egeo (Grecia), demostró que los arroaces - Tursiops truncatus- de las Rías Baixas son diferentes genéticamente a los del resto de Galicia y del Atlántico.

Llegó a Dinamarca en 2011 y durante dos años estudió en el Centro de GeoGenética de Copenhague cómo afecta el cambio climático a dos especies de delfines propias de aguas frías. En 2014 entró en el ICES y recientemente firmaba un nuevo contrato por 4 años, la modalidad más extensa que ofrece la institución: "Echo de menos muchas cosas de la investigación, pero mi vida ahora es más estable y de alguna manera sigo vinculada a ella desde mi puesto. Además el año pasado publiqué un artículo científico con colegas de Baleares y mi idea es continuar".

Sus responsabilidades en el ICES también le permiten seguir en contacto con antiguos compañeros y otros investigadores del IEO vigués como los que participan en el grupo dedicado a evaluar las pesquerías de sardina que ella coordina.

Los equipos suelen iniciar su trabajo en el mes de marzo, pero antes Ruth debe lidiar con el aluvión de datos que envían los países procedentes de sus campañas oceanográficas o los muestreos en lonjas.

En el ICES solo trabajan 5 españoles, 3 de ellos en su departamento de recomendación científica, pero se hacen notar. "Hacemos mucho ruido. Tanto que en uno de los juegos típicos de las reuniones que se organizan fuera del trabajo casi todos respondieron que éramos la primera nacionalidad extranjera, pero somos la segunda. Los primeros son los británicos", revela entre risas.

Ruth, que tiene una niña de 3 años, aplaude el sistema educativo y el transporte público del país danés. "Lo que peor llevamos los extranjeros es el idioma. Todo el mundo habla inglés, pero si no dominas su lengua estás en una especie de burbuja. Nos pasa a casi todos, es una pequeña barrera. Yo he hecho los cursos y entiendo bastante, pero me cuesta hablar", reconoce.

Eso sí, la viguesa celebra como todo ciudadano nórdico que se precie la llegada de la primavera: "Es como una explosión, todo el mundo sale a la calle y a los parques para disfrutar del sol".