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Tira a Hitler por la ventana

Waititi cambia progresivamente el tono de su película y las sonrisas van cediendo el paso a elementos dramáticos

Hay momentos de "Jojo Rabbit" que te hielan la sonrisa en la boca: un niño al que se le dispara un bazooka en plena vorágine bélica, el disparatado entrenamiento de unos cachorros nazis a las órdenes de un oficial desastroso en permanente degradación. Otros sugieren el espanto sin mostrarlo: unos cuerpos ahorcados en la plaza, unos zapatos desatados, un conejo ejecutado entre risotadas por las bestias uniformadas, un sacrificio que tiene mucho de redención al salvar la vida de un inocente...

Mezclar el humor con el horror es una tarea tan atrevida como peligrosa porque se hace en campo minado y si das un plano en falso, te cargas el tinglado. Taika Waititi asume el riesgo de dibujar a un monstruo como Adolf Hitler convertido en el mejor amigo (imaginario, claro) de un niño solitario y necesitado de cariño, huérfano de una imagen paterna y atrapado, como tantos otros, por la fascinación enfermiza y tóxica hacia la imagen del sanguinario líder nazi. Más cercano al Chaplin de "El gran dictador", que buscaba las risas pero también las lágrimas, que al sarcástico Lubitsch de "Ser o no ser", Waititi cambia progresivamente el tono de su película y las sonrisas van cediendo el paso a elementos dramáticos que desvirtúan la fiereza del resultado aunque logren arrancar más de un escalofrío, como el vuelo de una mariposa con final horrendo. Con algunos gags heredados de otros títulos y otros que no funcionan, "JoJo Rabitt" acierta a la hora de mostrar con una sonrisa amarga el deterioro infame de toda una sociedad aborregada y cegada por el odio y la violencia, sobre todo cuando aparece en escena Sam Rockwell como un militar borrachín o Rebel Wilson como walkiria enloquecida. Los niños Roman Griffin Davis y Archi Yates están prodigiosos y los momentos con Scarlett Johansson son conmovedores, pero la historia de la chica judía escondida resulta convencional y el retrato bufonesco que hace el propio Waititi de ese Hitler campechano y paternal no acaba de encontrar el punto justo de cocción para arrancar la incomodidad revulsiva (y repulsiva) que una propuesta así debería conseguir.

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