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hablemos en serie

Una de vaqueros en la odisea del espacio

"The Mandalorian" juega con las reglas del "western" en una propuesta eficaz, entretenida y poco arriesgada

Carano y Giancarlo Esposito.

Toda la saga de Star Wars juega cartas marcadas por la tradición narrativa más clásica llevando a parajes galácticos historias y personajes que nacieron al calor del ímpetu más épico de combatientes literarios como Homero. Y ningún género se aprovechó más y mejor de esas odiseas de ritos y mitos transnacionales y transemocionales que el western. ¿Qué era en un principio La guerra de las galaxias (como se la conocía entonces) antes de George Lucas & CIA se sacara de la chistera nuevas trilogías pronto avejentadas? Historias del Oeste puras y duras cambiando el Colt 45 y el Winchester 73 por pistolas o espadas láser, y las diligencias y trenes en peligro por naves espaciales. Villanos y héroes convertidos en prototipos esculpidos en piedra y latón. Luchas de bandas, caciques, forajidos siniestros y aventureros de buen corazón y sonrisa profidén, duelos a muerte y sagas familiares en danza con planetas en lugar de ranchos y fortificaciones a modo de fuertes donde el Séptimo de Caballería espera su momento para intervenir en el último ídem.

En esa alianza argumental tiene The Mandalorian un filón inagotable que aprovecha sin recato. Y con un decoro más que aceptable. La nueva serie que suma y sigue en el proceso de masificación industrial del universo creado por Lucas (y que, como ocurre con las andanzas marvelianas, ya muestra claros indicios de saturación) es una de vaqueros e indios extraños no solo por su personaje central, que bien podría encarnar un Robert Mitchum o un James Stewart en plan cazarecompensas errantes, sino por los escenarios secos, las cantinas donde una escupidera se encuentra en la gloria y muchas de las gentes que pululan por zonas casi siempre erróneas tienen cierta tendencia al gesto patibulario y las acciones hostiles. Sin pasarse en la crudeza claro: esto es Disney, no nos equivoquemos. Y su creador, Jon Favreau, conoce perfectamente el manual de la factoría. No se puede negar que se ha divertido echando mano de las filigranas polvorientas y pastosas de Sergio Leone, y que el "héroe" lleve una máscara lo emparenta directamente con el Clint Eastwood de rostro pétreo que, como diría el añorado Silver Kane de las novelas de a duro, tenía los rasgos esculpidos a martillazos. The Mandalorian no se complica la vida y mantiene una linealidad argumental bastante previsible, un tanto perezosa en el uso de soluciones más arriesgadas. Curiosamente, sus mejores cualidades hay que buscarlas allí donde no están ni se les espera los lugares más comunes de la saga -incluidos los abusos de la fanfarria y los personajes famosos- y se hurga un poco en zonas aún sin explorar, con una saludable oscuridad que no llega a ser tenebrosa, una distancia oportuna del humor bobón y un ritmo que, sin ser lento, se aleja de acelerones descolocados. Es una serie entretenida, eficaz y resultona. Ni más. Ni menos. Aún no sé si Baby Yoda me resulta ñoño o entrañable. Quizá sea ambas cosas.

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