Mientras fuera se disparaban las teorías de la conspiración por el misterio de la bola y la mano de un operario de Loterías, el más variopinto público del Teatro Real permaneció ajeno a la polémica algo aletargado quizá por el sopor en el que le sumió un Gordo demasiado madrugador. Como cada año, decenas de "frikis" del Sorteo de Navidad se agolparon, algunos hasta más de cincuenta horas desde el viernes, para evitar quedarse fuera del salón.

Incluso el ánimo que traían los Rodolfos, un grupo de jóvenes langostinos de Madrid que han acaparado todos los focos desde primera hora de la mañana, flaqueó en algunos momentos, ya que el sueño y el cansancio se hicieron notar en las más de dos horas que transcurrieron entre el Primer y el Segundo Premio.

Ellos y sus coros de "Chúpame la cabeza, la cabeza chúpame" fueron las estrellas de la fila que, desde al menos el viernes y encabezada por Manoli, una octogenaria de Ceuta, se empezó a formar en la puerta del Teatro para ver en directo el sorteo más esperado del año. La matriarca de la extraña familia que se congrega en el sorteo acudió, como siempre, disfrazada. Esta vez de árbol de Navidad, con bolas y guirnaldas pegadas al cuerpo.

Poco después de que los crustáceos lograsen ocupar una butaca, Noura Akrouh y Elisabeth del Carmen Roque anunciaron el número mágico: el 26.590. Eran las 9.19 y el Sorteo llevaba apenas ocho minutos en marcha.

"Al principio no me lo creía porque había visto la línea y pensaba que eran 60.000 euros, uno pequeño", relató Elisabeth a los medios tras repartir el Gordo por varios lugares de España; en ese momento se emocionó y le " temblaron las piernas", una sensación que también experimentó Noura pese a sus esfuerzos.

No es la primera vez que reparten suerte, ya que el año pasado cantaron un tercer premio; pero éste tenían el "presentimiento" de que iba a ser el Gordo y de que iba a salir "en la primera bola".

Badya, madre de Noura, "una niña muy tranquila, muy responsable, muy estudiosa" a la que además de participar en el Sorteo le gusta "hacer deporte, la natación, pintar, y, sobre todo leer", ha mostrado la alegría por que su hija haya sido la portavoz del número más esperado del Sorteo de Navidad. "Estoy emocionada y contenta, me ha gustado mucho que haya sacado el Gordo, lo estábamos esperando", celebró.

Tampoco fue el estreno de Nerea Pareja, la "niña de los premios", en la tarea de repartir millones: el año pasado emocionó al Teatro Real al ser la voz de dos quintos y un segundo premio en apenas unos minutos, y este quiso seguir rociando buena fortuna cantando de nuevo el segundo y un cuarto.

Mientras tanto, en el patio de butacas, a Manoli y los mariscos se sumaron los fijos de cada 22 de diciembre como el santanderino Jesús Manuel, que el año pasado fue el primero en entrar en el auditorio vestido de novia y que en esta ocasión ha cambiado su atuendo por el de bruja.

El leonés Juan tampoco faltó a la cita, y repitió traje: de obispo. El que no abandona su habitual y elegante vestimenta es Fernando Vázquez, un niño de San Ildefonso de 79 años que en 1954 cantó el Gordo y desde entonces acude con capa castellana a cada sorteo. Este año se ha dejado barba. Más arreglada que de costumbre la luce el televisivo "Mocito feliz", al que le sigue atrayendo las cámaras como una candela a las luciérnagas.

Frente a esas cámaras, se situaban además periodistas abonados al sorteo que dirigen las conversaciones de la reunión. No dejaron de hablar con José Antonio Toro, un Quijote con conciencia medioambiental y un parasol reciclado como armadura. También gastaba mucha lengua, de Cervantes.

Cuando se le preguntaba de dónde venía, se metía en el papel: "De un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme". Tras la retórica, te decía que era de Móstoles. Le acompañaba un orondo amigo como escudero. "Yo me he venido con el gordo, y me marcharé con el gordo", repetía a todos sus interlocutores.

No hubo micrófono que no asaltara a los langostinos que, como toda cita navideña que se precie, no faltaron al sorteo. Una veintena de amigos miembros de una peña bautizaba como "Los Rodolfos" que amanecieron casi congelados tras pasar una fría y ventosa noche a la intemperie haciendo cola.

Su propósito era "hacer la gracia", reconocía Cristina, una de las integrantes del grupo, que no pudo eclipsar a los verdaderos protagonistas de la cita: los niños de San Ildefonso.