"Las ideas no se pierden, no mueren nunca. Ni las buenas ni las malas. Conviene estar en guardia democrática permanente". Así lo sostuvo ayer Miguel Barros, maestro, doctor en Ciencias Políticas y autor de "Memoria dunha experiencia asamblearia. Crónica e ideoloxía do movemento de mestres" (Editorial Galaxia), una obra que reivindica al grupo de maestros pontevedreses que en 1972 inició un movimiento asociativo de amplia adhesión y que dio lugar al "Movimiento de maestros", una iniciativa que puso en cuestión las estructuras oficiales, sindicales y pedagógicas, en los años finales del franquismo.

El invitado del Club FARO estuvo acompañado en la charla-coloquio, en gallego, por Antón Costa, catedrático de Historia de la Educación en la Universidad de Santiago de Compostela (USC), que calificó este libro de imprescindible, y presentado por Francisco Castro, director general de Editorial Galaxia. El ponente arrancó en varias ocasiones el aplauso cerrado del público que llenó el Auditorio Municipal do Areal durante su intervención, en la que explicó por qué y cómo se fraguó el movimiento de docentes en defensa de la enseñanza y en contra del régimen dictatorial en Pontevedra, en el que participaron 2.731 maestros de la provincia y que se prolongó desde 1970 hasta 1977.

La chispa que detonó el malestar de los maestros pontevedreses fue un decreto de 1972 sobre las retribuciones a los maestros, una cuestión según el conferenciante, "históricamente humillante", y que otorgaba un tratamiento salarial y asignaciones de coeficientes y complementos salariales de las distintas clases de profesorado, desde la Universidad hasta el profesorado de la Enseñanza General Básica. Contrarios a tal decreto, los maestros de la provincia e Pontevedra se constituyeron en movimiento asambleario y, entre otras acciones colectivas, elaboraron un texto de dirigido a la Dirección General del Servicio Español del Magisterio (SEM) en el que condenaban la indigencia salarial y la humillación profesional y social por la discriminación del colectivo de maestros de la enseñanza general básica. "Éramos maestros inquietos, deseosos de recuperar nuestra dignidad", añadió.

En este sentido, aseguró que los maestros y maestras de la provincia de Pontevedra fueron pioneros. Y no fue este su único hito. Los maestros se autoorganizaron y llevaron el texto a los distintos claustros para que fuera firmado. Casi 600 docentes estamparon su rúbrica en plena dictadura para levantar la voz contra una decisión política.

"Tanta fue la fuerza que una de nuestras exigencias era que nuestro representantes tenían que estar respaldados y autorizados por una representatividad democrática. Pues bien, el último ministro de Educación, Carlos Robles Piquer, ya en los albores de la transición, escribió una carta pública en la que reconoce que no hay más autoridad representativa que la que mana de una elección libre y directa de los representados, y preparó una orden ministerial autorizando a todo el magisterio a elegir un representante que sería el que tendría autoridad moral ante la Administración", explicó el maestro, quien añadió que este éxito culminaba muchas de sus aspiraciones, entre ellas, desmontar el SEM.

Para ello, los maestros pontevedreses vieron que era necesario infiltrase dentro de la misma estructura del régimen, en los sindicatos verticales y en el propio SEM, esto último a través de Juan Figueroa, "un maestro peculiar", aseguró, que sirvió como oficial de artillería y que después se reincorporó a la docencia. Su pasado le hacía "ideológicamente poco sospechoso", lo que permitió que fuese nombrado jefe del SEM en la provincia. "Gracias a su habilidad política, fue capaz de colocarle al gobernador civil las reivindicaciones de magisterio diciéndole que había que evitar que fueran capitalizadas por grupos de extrema izquierda. La política es nindispesable en todos los aspectos de la vida", afirmó.

Precisamente sobre por qué no continúa en política -fue concejal del Concello de Vigo en 1979 y 2003 y miembro del Parlamento de Galicia en las tres primeras legislaturas por el PSdeG- le preguntó el editor Bieto Ledo, uno de los asistentes al acto. Su respuesta fue clara: "No lo estoy porque no debía estar más, pero defenderé hasta que me muera que la política tiene que existir, que la democracia es, sin duda ninguna, el mejor de los sistemas de gobierno y que se necesita una educación que haga ciudadanos responsables y críticos, y luchando por que el sistema público de educación acabe teniendo el mismo rigor y la confianza que muchas veces nos suscita la empresa privada. Y espero morir consolado por estas ideas, que no me abandonen nunca".