Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Solo ante el peligro

Un producto que es espectáculo pero sin renunciar a una mirada personal

Matt Damon y Christian Bale en Le Mans '66. // Fox

James Mangold ha dado lo mejor de sí mismo cuando se ha metido hasta las cachas en códigos directamente vinculados al western: "Copland" (su lejana tarjeta de presentación, en 1997), "El tren de las 3.10" (brioso remake del genial clásico de Delmer Daves) y, sobre todo, esa formidable aproximación al crepúsculo de los superhéroes desgarrados que fue "Logan".

Podría parecer excesivo incluir a una película de carreras de coches en ese apartado del Mangold inspirado por elementos y circunstancias del género más cinematográfico que existe, pero después de disfrutar de su notable y larguísimo metraje (no hubiera pasado nada si durase algo menos, todo sea dicho) se pueden rastrear elementos propios de películas alimentadas por grandes horizontes, visionarios en busca de aventuras más grandes que la vida, caciques de traje y corbata y colonos en busca de un sueño, héroes y forajidos de distintas templanzas, amistades a prueba de frenazos y que no desprecian resolver problemas a puñetazos como forma de mostrar "respeto", palabras que se cumplen sí o sí, outsiders con sus propias leyes, pasiones aceleradas y enfrentamientos al borde mismo del abismo en los que gana el más rápido, o quizás el más astuto, o tal vez el más frío cuando se trata de apuntar.

Centauros sobre el asfalto capaces de cumplir en tiempo récord misiones de audaces que a los mortales normales les parecen imposibles. Supervivencia en la pista de la vida, rivalidad con nobleza obligada, cara a cara con la muerte. Individualismo hasta los topes: un hombre solo ante el peligro y con el tiempo cronometrado.

Siendo el mundo de las carreras de coches poco propicio para que carbure el buen cine (me sobran dedos de una mano para contar los títulos valiosos, y dos de ellos son precisamente del gran hacedor de westerns Howard Hawks: "Peligro: línea 7000" y "Avidez de tragedia"), el mérito de Mangold es doble: conseguir que una rivalidad que solo puede intrigar a los amantes de ese deporte (si así lo consideramos, hay quienes lo dudan) tenga un andamiaje de humanidad sólido y atractivo, bien escalonado, y que los derroches de acción vertiginosa no se limiten a simples catálogos de efectos especiales y especialistas de primera sino que sirvan como exposición a todo gas de conflictos tanto colectivos como íntimos.

La distancia entre la interpretación moderada y al ralentí de Matt Damon y el festín pasados de revoluciones que se marca Christian Bale -un buen ejemplo de casting inteligente, mira tú- sirve para definir con precisión los tiempos y tonos de una película que mantiene una velocidad de crucero bastante estable (hay alguna salida de pista disculpable, y algún personaje queda algo desdibujado, no sabemos si por atajos de guión o de montaje) y llega a la meta convertida en una demostración pura y madura de lo que el cine comercial puede conseguir cuando no renuncia a una prudente y recia autoría: la de un cineasta que ha sabido ganarse el respeto de los que ponen la pasta y aprovecha los generosos medios que le dan para construir un producto que es espectáculo pero sin renunciar a una mirada personal a la hora de pilotarlo.

Compartir el artículo

stats