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Nuria Espert: "Ahora soy cada vez más fuerte y más frágil"

"Los actores somos muy inseguros, porque nuestro trabajo depende de lo que gustemos a otras personas y no tanto de nosotros mismos"

La actriz Núria Espert. // FdV

Para Nuria Espert, Lorca no es Lorca, sino Federico. El poeta es casi un familiar más, alguien al que trata en las distancias cortas desde que era una nina y jugaba en su casa de Hospitalet con versos prohibidos. Del puño y letra de su padre, que sorteó la censura para hacerse con un ejemplar de su trabajo, leyó los primeros poemas del granadino como el que descubre un tesoro que no podía imaginar siquiera que existía. Ya no se separaría de él desde entonces, ni en sus primeros recitales de la infancia ni ahora, cuando afronta a los 83 años un Romancero gitano en el que se entrelazan la pluma del artista con las hebras de una vida que ha discurrido a su lado.

- En una ocasión me aseguró que todos los papeles dejan cicatrices. ¿Y cuáles le ha dejado este monologo?

-Es quizá el más personal de todos los espectáculos que he hecho. En él no solo están los poemas de Federico [García Lorca], no solo está lo que él pensaba de cada uno de ellos, sino que además estoy yo como Nuria, contando desde mi infancia mi primer encuentro con Federico y por qué he estado tan unido a ese autor, al que debo tanto.

- ¿Cómo entra Lorca en su infancia?

-¡Eso es lo que cuento en el espectáculo! (risas) Sin embargo, te diré que, siendo muy niña, mi padre consiguió un libro de poesía -que, por supuesto, estaba prohibidísimo- pero lo tuvo en sus manos unas horas y copió algunos poemas. Y esos poemas? Yo era una niña, y los recitaba.

- Desde entonces le ha puesto voz varias veces...

-Sí, le debo todo. He interpretado muchas de sus obras, Doña Rosita la soltera, El lenguaje de las flores...

- ¿Lorca es ya su segunda lengua?

-Sí. Es muy bonito eso que has dicho. ¡Mi tercera lengua! (ríe).

- ¿Qué le exige en el escenario?

-Siempre he creído que los poemas del Romancero gitano podrían ser el tema de una pieza teatral. La muerte de Antonito el Camborio, el romance de Thamar y Amnon? Yo los utilizo, pero los transformo en pequeñas obras teatrales. Pequeñas porque duran poco, porque son grandiosas en el fondo. En la boca de Federico todo alcanza una verdad y se vuelve absolutamente contemporáneo.

- Siempre lo trabaja con el dramaturgo Lluís Pasqual. ¿Es el director que más la ha comprendido?

-Con Lorca sí. Siente el mismo amor que siento yo, y ha interpretado una parte de los trabajos de Federico diferente a la mía. Verdaderamente, juntos podemos decir que hemos revisado toda su obra.

- Su Romancero iba a durar veinte minutos, ¿se les fue de las manos?

-Sí. Me dieron el Premio Europa, y me pidieron que, el día de la entrega, hiciera una actuación de media hora. Pero en nuestras manos creció como un soufflé. Y podía haber durado más, porque los poemas se encadenaban como cerezas. Entonces decidimos convertirlo en esto, en una aventura personal.

- Me habla del Premio Especial de Europa que le dieron por su defensa de las libertades. ¿Y con qué se ha comprometido Nuria Espert?

-(Silencio) Una vida tan larga permite ver un trozo de la historia de tu país muy grande si tu pasión es el vivir, atendiendo a que es lo que te rodea y a por qué ocurren las cosas. Yo pasé media vida en la oscuridad franquista, y después he tenido el tiempo para la libertad y la democracia. Mi vida ha estado partida por la mitad, 40 y 40, y estoy feliz en mis últimos 40. No importa lo difícil que sea cada minuto de ellos. La libertad y la democracia es lo más grande que tienen los seres humanos.

- Usted, además, tiene galardones. Casi 200...

-[Risas] La verdad es que me ponen muy contenta, porque significan que has conectado con la gente. Yo no me pongo en la puerta hablando con los espectadores a ver que les ha parecido eso que he hecho con toda mi alma, si valía algo o no. Todas esas inseguridades? Con los reconocimientos me siento comprendida.

- ¿Sigue con inseguridades?

-¡Ay, sí, muchísimas! (risas) Los miedos crecen con la edad. La inconsciencia, durante muchos años, me salvó de eso. Ahora soy cada vez más fuerte y más frágil, todo junto.

- Uno de esos momentos de fragilidad fue después de aquella Medea en el 54. No tuvo el reclamo que esperaba.

-Me lo tomé fatal. Yo tenía 19 años y fue un éxito tan grande que pensé que la cosa ya estaba (ríe). Pero no produjo consecuencias.

- ¿Se sintió defraudada con el teatro?

-Muchísimo. ¿No te digo que yo ya pensaba que era una primera actriz? (risas) A partir de ahí, ya me curé para siempre. Comprendí que tenía que empezar de cero y me fui a Madrid a ver si pescaba un papelito, aunque tuviera dos frases. Esta es una profesión que provoca mucho sufrimiento.

- ¿Por qué?

-Porque somos muy inseguros, porque nuestro trabajo depende de lo que gustemos a otras personas y no tanto de nosotros mismos. Estamos sometidos a la crítica toda la vida?

- Pero usted respiró todo eso desde la infancia, ¿no estaba concienciada?

-No estaba convencida. Yo quería ser bailarina y estaba estudiando danza clásica, para la que no tenía ninguna aptitud. Apareció lo del teatro inesperadamente, y lo tomé sin ninguna vocación. Pero cuando salí de ahí tres años después, ya sabía que quería ser una buena actriz.

- Podría decirse que estaba predestinada. Sus padres se conocieron en un grupo de teatro.

-Y para más inri, se conocieron en una obra titulada Tierra Baja, en la que hay un personaje de una niña que se llama Nuri, y por eso me llamo así. Fui la Nuri para mis padres hasta que era ya una adolescente y empecé a ser Núria.

- Ahora tiene 83 años. ¿El teatro es el mejor modo de mantenerse en forma?

-El entusiasmo es un modo de mantenerse en forma. Sin él, el teatro podría ser pesado, duro... Yo he tenido equivocaciones, fracasos, problemas económicos profesionales muy fuertes... Pero el entusiasmo suaviza todos los inconvenientes, y te vas adaptando mientras te lo permiten el tiempo y la memoria.

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