Más de 50 millones de turistas visitaron París en el 2018. Una cifra récord para la capital francesa. Pero no es oro todo lo que reluce. Más allá de las caravanas de turistas que transitan por las principales avenidas parisinas, de las infinitas colas a las puertas del Louvre y del maremagno de nacionalidades que se apila a la entrada de la torre Eiffel, son los autobuses turísticos el principal motivo de crispación para los locales. Con las elecciones municipales del 2020 a la vista, el teniente alcalde de la capital francesa, Emmanuel Gregoire, prometió en julio poner fin a la "total anarquía de los autobuses turísticos en París". Su paso por el centro de la ciudad está en el punto de mira. En su lugar, el consistorio quiere apostar por rutas guiadas en bicicleta y también por caminatas a pie acompañadas de audioguías.

Aunque hay quien aún quiere ir más allá contra el bus turístico. La primera promesa de Benjamin Griveaux, candidato a la alcaldía de La République En Marche (LREM), no ha sido otra que prohibirlos de aquí al 2024. "No habrá más autocares diésel, ni filas infinitas frente a los grandes almacenes ni frente a lugares turísticos como Montmatre -explicó el candidato macronista a France 3-. Constituyen principalmente una contaminación visual y también una contaminación industrial". Según las cifras de Griveaux, entre 1.500 y 2.000 autobuses turísticos circulan a diario por el centro de París. Su hipotética supresión, por ahora una simple promesa electoral destinada a complacer a los residentes de la capital francesa, exacerba a la industria del turismo y el transporte. "Es una medida dogmática y perjudicial para el atractivo de París, va en contra de las decisiones responsables y racionales destinadas a promover la economía turística", ha reaccionado la Federación Nacional de Transporte de Pasajeros (FNTV).