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El rostro de la venganza cinéfila

El cine de Tarantino se vuelve un antídoto contra el desinterés creciente del público

Brad Pitt, en una escena de "Érase una vez... en Hollywood". // Sony Pictures

En el tiempo de la apatía, de la ostentación de la superficialidad y del auge del consumo rápido de "contenidos", Quentin Tarantino es uno de los pocos cineastas cuyos estrenos mantienen aún el aura de un acontecimiento, cuyas películas son capaces de sostener la contienda contra esa gran plaga de nuestro tiempo que es la incapacidad para mantener la atención en una sola cosa durante un período más o menos prolongado de tiempo. Toleramos pequeñas dosis de casi todo, a ser posible dispensadas por esas cómodas pantallas portátiles que llevamos en el bolsillo, pero cultivamos una intolerancia absoluta hacia cualquier cosa que nos requiera un mínimo esfuerzo intelectual. Nos estamos volviendo alérgicos a las ideas originales y a los pensamientos profundos.

El cine de Tarantino, especialmente en esta última década, un estimulante período de esplendor creativo, ha sido un antídoto contra el desinterés creciente de un espectador abúlico. Érase una vez? en Hollywood mantiene esa cualidad, ese atractivo innato para el público que invita a apagar los dichosos móviles durante la función, quizás alimentado por esa condena autoimpuesta del realizador norteamericano, por esa cuenta atrás que alerta de que ésta será su penúltima película. A cambio de ese pequeño sacrificio, Tarantino ofrece al respetable la que probablemente sea su obra más personal, y la que sin duda es la más sutil, al menos en su primera parte. Una celebración fascinada del Hollywood de finales de los sesenta; un mundo inocente y feliz, que desconoce que va a ser arrollado por un tsunami.

Situada en pleno advenimiento del "Nuevo Hollywood", en vísperas del gran trauma que supuso el asesinato de Sharon Tate a manos de la "Familia" Manson, Érase una vez? en Hollywood toma la forma de una genuina y crepuscular "buddy movie" articulada sobre el eje que forman Rick Dalton, una estrella de la televisión en imparable declive encarnado por Leonardo DiCaprio, y su doble de acción y asistente personal Cliff Booth, un veterano de guerra de vuelta de todo al que da vida Brad Pitt. Orbitando en torno a ellos, aparecen en la película una retahíla de estrellas y aspirantes a serlo, cineastas de mayor o menor prestigio, agentes, periodistas, especialistas, advenedizos, hippies con ínfulas y, por encima de todos ellos, una esplendorosa Sharon Tate con los rasgos y la imparable sonrisa de Margot Robbie.

Con todas esas piezas en juego, Tarantino recrea la esencia de aquel Hollywood terminal y feliz. Depurando su estilo al máximo, reduciendo incluso la preponderancia de sus potentes diálogos en favor de la construcción de ese microcosmos, el cineasta desarrolla un potente retrato de aquel lugar fronterizo entre el sueño y la leyenda, haciendo a la vez un repaso completo a su filmografía, a la iconografía que ha ido creando desde los lejanos tiempos de Reservoir Dogs. Antes que cualquier otra cosa, Érase una vez? en Hollywood despierta auténtica fascinación.

En el empeño, Tarantino cuenta con unos cómplices a la altura. Todo el reparto, sin excepción, mantiene un altísimo nivel. Pero Pitt y DiCaprio, ambos sensacionales, van un paso más allá. Derrochando química y carisma en cada plano, los dos intérpretes remarcan la diferencia entre un buen actor, incluso un gran actor, y una "estrella". Y lo hacen durante todo el metraje, en cada escena.

Este despliegue que Tarantino y sus secuaces arman durante dos horas de película cobra todo el sentido en su explosivo tramo final. El cineasta recupera para el cierre la voz en off y, como en Jackie Brown, revoluciona la narrativa del filme con un vibrante ejercicio de estilo. Es en esa parte cuando el Tarantino más puro se deja ver, con toda la verborrea, la violencia y el manejo del ritmo narrativo que lo distinguen, y con un cierre memorable, de nuevo autorreferencial, y con un punto de venganza cinéfila con el que el director y guionista ajusta cuentas con aquellos que osaron atentar contra su particular Arcadia feliz. Para cuando llega el plano final, hermoso y esperanzador como nunca antes se había visto en una película de Tarantino, solo queda una duda, que resulta incluso trivial: si Érase una vez... en Hollywood es "solo" una gran película, o si alcanza la categoría de obra maestra.

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