No esta mal iniciar unas vacaciones con la lectura de una novela policiaca aunque el caso que nos ocupa sea simple apariencia. El embalse 13, de Jon McGregor (Bermudas, 1976) no es policiaca desde la ortodoxia de género, guarda una atmósfera que sobrepasa el mero acertijo procesal, entretiene y en ocasiones deslumbra. En la víspera de año nuevo en un pueblo inglés sin nombre cerca de Manchester, una adolescente llamada Becky desaparece. Todos los lugareños se organizan para buscarla. La Policía, los investigadores y los reporteros invaden el lugar, la búsqueda continúa durante meses y el caso permanece años abierto. No encuentran a la niña. McGregor indaga en la pequeña comunidad a través de distintas secuencias, tantas como los años que tenía la desaparecida. La narración entra y sale de la vida de las personas, enhebrando retazos de unas existencias marcadas para siempre por el trágico suceso. El primer capítulo sirve para introducir al lector, el resto arranca siempre con la misma oración: "A medianoche, cuando llegó el año nuevo?".

La niña desaparecida, Rebecca Shaw, había llegado al lugar de vacaciones familiares sin tiempo para forjar una verdadera amistad con nadie. En la fotografía que circula de ella, su cara siquiera resulta del todo útil para identificarla. La recuerdan como Rebecca, Becky, o incluso Bex, la suya no ha dejado de ser una presencia esquiva en la conciencia colectiva. La mayoría apenas la conoce, en cambio los rumores sobre ella se extienden. Las historias corren de boca en boca. Las estaciones se suceden y la vida prosigue en medio de una banalidad reconfortantemente pueblerina. McGregor se encuentra cómodo buceando en el pequeño lienzo social y sabe extraer de él buenas conclusiones narrativas. Muchos personajes son recurrentes, no todos tienen un perfil desarrollado pero el autor posee la habilidad suficiente para ir engarzándolos de manera que nadie parece flotar sin sentido en la historia. El efecto es acumulativo y sutil, y proporciona al lector un sentido de la cercanía que ayuda a familiarizarse con lo que cuenta. Podemos vislumbrar las vidas internas, y hasta adivinar los secretos.

La narrativa se aleja a veces de la condición humana y pone el foco en la naturaleza, los zorros y el progreso de las estaciones. "El río venía crecido y turbulento, repleto de tímalos que se cebaban con larvas de tricóptero y gambas". Acompaña los ciclos con cierto lirismo y las descripciones literarias que enmarcan el buen gusto narrativo del autor de El embalse 13, finalista del Man Booker 2017 y ganadora del Premio Costa de ese mismo año. En realidad, la novela utiliza el pretexto de una trama policial para concentrarse en los ritmos naturales y las actividades humanas y animales, cuyas rutinas se ven regularmente interrumpidas por el vívido recuerdo de la desaparición de la niña.

El golpe de ingenio de McGregor consiste en hacernos pensar que la historia avanza por buen camino para convertirse en una novela de misterio o de asesinato, mientras que la intención es completamente distinta. El embalse 13 trata esencialmente del reflujo de la vida en una comunidad rural que enseña cómo, a pesar de una tragedia humana, la vida continúa. Las vacas son ordeñadas, los cultivos plantados y cosechados, los salones de té abren al público, los hornos son encendidos para el pan. Los bebes nacen, los niños crecen y experimentan con drogas y sexo, los vecinos se enamoran y desenamoran, algunos enferman, otros mueren. Hay lugareños que se marchan y otros que regresan. Pero todo este ciclo de la vida, que parece extraído de Balzac y su comedia humana, está muy bien trenzado y mejor contado. Nada pasa y, sin embargo, está pasando de todo. Brillante McGregor.