Mansiones encantadas, libros malditos que no hay que leer, un fantasma cabreado tras sufrir una vida de tormento, un secreto familiar inconfesable, un grupo de chavales hormonados perseguidos por monstruos de pesadilla... "Historias de miedo para contar en la oscuridad" no está llamada, precisamente, a revolucionar el cine de terror dirigido a adolescentes. Todo en ella huele a usado, a traje de segunda mano, desde los personajes hasta el último de los sustos. Y sin embargo, la película del cineasta noruego André Øvredal, director de la apreciable La autopsia de Jane Doe, resulta efectiva y lo suficientemente entretenida para saciar a los fans del género, y al tiempo desarrolla un sugerente subtexto que aporta algunos matices que, a la postre, acaban siendo lo más relevante del filme. "Historias de miedo" para contar en la oscuridad está ambientada en la noche de Halloween de 1968 y los días posteriores, justo en vísperas de la elección de Richard Nixon como presidente de los Estados Unidos. Una coincidencia para nada casual, que el guion (coescrito por Guillermo del Toro) se encarga de subrayar, y que se traduce en una atmósfera de creciente desconfianza en el pequeño pueblo de Pensilvania cuya tranquilidad se ve alterada por la aparición de un ente sobrenatural con instintos asesinos. La sucesión de las desapariciones, a medida que se descuentan los días paras las elecciones, y la elección como coprotagonista de un joven hispano que trata de huir del alistamiento obligatorio para el territorio de Vietnam planteaban otra posible película, más sugerente, más relevante y con lecturas de mayor calado sobre el presente, que la que finalmente se ve en pantalla. Así las cosas, el mayor susto de la función, de largo el más inquietante, es ver la imagen de un Nixon vencedor a través de una tele de tubo.