Seguramente en más de una ocasión has escuchado la famosa frase de "la familia es un tesoro" pero, ¿qué sucede cuando su "riqueza" se comparte?

A puertas de las vacaciones, una de preocupaciones repetidas por muchos son los cambios organizativos que implica una nueva rutina compartida con la familia de origen o la familia política ("pasaremos un mes en el pueblo con sus padres") y las dificultades que ello conlleva, sobre todo a la hora de poner límites, preservar tiempos personales y gestionar el cóctel de emociones resultado de la convivencia.

Cada familia es única, ¿esto nos pone las cosas fáciles?

Cada familia tiene una identidad propia, un funcionamiento exclusivo. La propia ideosincrasia del sistema familiar es la que lo convierte en un tesoro único pero, a su vez, dicha exclusividad es la que dificulta la convivencia de los distintos núcleos (nosotros y tus padres, nosotros y mis hermanos, nosotros y...). Los hábitos, los ritmos, los espacios, las formas de hacer y deshacer, se funden en un escenario común y se convierten en un auténtico reto.

Ante tal realidad es difícil generar cambios en uno mismo y en el otro ("yo lo hago así", "yo acostumbro a ir a esta hora", "yo siempre...") y, muy posiblemente, es un error pretender llevarlos a cabo.

Así pues, nadie cambia y, a su vez, toda la rutina cambia. Por ello, el tiempo de vacaciones tiene que tomarse como algo extraordinario (algo así como el famoso lema de las Vegas: "lo que sucede en las vacaciones, se queda en las vacaciones"). El miedo a perder poder sobre las rutinas y generar malos hábitos ("no quiero que el niño coma") resta adaptabilidad y nos mantiene en una posición altamente incómoda y desgastante (todo lo contrario a lo que deseamos conseguir en nuestras merecidas vacaciones).

No siempre tenemos nuestro espacio

Muchas veces el problema nace por no crear espacios privados para "los de casa" y espacios puramente individuales (algo para muchos aparentemente impensable pero posiblemente viable). Para empezar, es importante diferenciar entre compartir y fusionar.

A menudo las familias terminan conviviendo en un espacio/tiempo que no vela por la diversión y la desconexión, sino por satisfacer las necesidades ajenas ("haremos esto para que estén contentos", "iremos con ellos puesto que", "no voy a correr porque quizá prefieren que esté en casa", etc.). Nos pasamos el año quejándonos de no tener tiempo para hacer nada y, cuando hipotéticamente disponemos él, lo vendemos a precio de saldo. ¿Es incompatible encontrar espacios con la pareja, con los hijos, con los padres, con los amigos y con nuestras aficiones? ¿Es que lo queremos todo? Quizá la clave esté en compaginar TODO pero no en TODO momento.

¿Es cierto que existen más divorcios a la vuelta de las vacaciones?

Es cierto que el mayor porcentaje de separaciones ocurre tras el periodo vacacional. La ruptura casi siempre viene precedida de dificultades a nivel de comunicación de pareja. Por ejemplo, cuando una de las dos partes siente que el tiempo que comparte no es de calidad y/o dicho tiempo le impide preservar algunos momentos individuales (mi espacio), es esencial que exprese a la otra parte su nivel de insatisfacción desde un "Yo me siento / Yo necesito".

Esto no siempre ocurre. Frecuentemente el malestar se sufre en silencio (comunicación pasiva) y dicho silencio se rompe desde la explosividad (comunicación agresiva). Desde una posición de malestar contenido es posible que ambas partes se sientan agredidas cuando dicha incomodidad aumenta (por insignificante que sea la situación que lo produce). Es entonces cuando pequeños malentendidos generan grandes batallas y entran en juego ingredientes como los reproches, la dificultad de escucha, la falta de empatía, los silencios sepulcrales y la desconexión.

Las vacaciones permiten compartir más tiempo y, por supuesto, con más tiempo podemos generar más momentos felices o destapar más conflictos.

Es momento de plantear cómo queremos vivir este mes de verano, en qué aspectos deseamos sentirnos cómodos y qué pondremos de nuestra parte para que así sea. Al final, recuerda que, para bien o para mal, las vacaciones pasan, y únicamente tienes tiempo de disfrutarlas mientras suceden.

INSTITUTO MENSALUS

Mª Teresa Mata Massó es psicoterapeuta formadora en el entrenamiento de la Inteligencia Emocional presencial y online

www.mensalus.es