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Nos vemos en el carrusel

Comicidad y ternura son dos piezas que Pixar sabe ensamblar con maestría, en este caso sin la brillantez e ingenio de otras ocasiones

Forky y Woody, en una imagen de "Toy Story 4". // Pixar

Cómo pasa el tiempo. Parece que fue ayer cuando conocimos por primera vez al niño Andy y sus juguetes Woody, Buzz Lightyear y compañía. Y han pasado ya 24 años. Entonces nadie sabía nada de Pixar. De lo que podían ser capaces de hacer. De las maravillas que harían en los siguientes lustros. Aquella "Toy story" era (es) perfecta por: a) unos personajes con encanto y jamás empalagosos, b) una historia convincente de aventura, lealtad, sacrificio y camaradería, c) la voluntad de hacer del ordenador una herramienta para crear emociones con belleza y sensibilidad, y d) un acierto total a la hora de construir iconos populares a los que el espectador cogía cariño. Y dejaba con ganas de más.

Las dos siguientes entregas no defraudaron. Segundas y terceras partes mantuvieron el listón por todo lo alto, y cuando la saga parecía llegar a su fin, viene un cuarto regalo que no alcanza la altura de los títulos previos (y no solo porque el efecto sorpresa se haya diluido y Pixar ya no tiene la fuerza y el empuje de antaño) pero que mantiene bien alto el pabellón del entretenimiento inteligente y revoltoso.

La estructura es clásica. Un prólogo familiar en el que nuestro querido vaquero se pone las pilas para desentumecer sus habilidades rescatadoras, charlas juguetonas y... Tenemos un nuevo inquilino. Se llama Forky y es todo lo contrario a lo que conocemos: hecho de desechos, tiene el encanto del desamparo y un apego desmedido por su origen. Quiere volver a su hogar. A la basura. Menuda crisis de identidad más grande. Comicidad y ternura son dos piezas que Pixar sabe ensamblar con maestría, en este caso sin la brillantez e ingenio de otras ocasiones pero con un ritmo endiablado en un par de localizaciones muy distintas (una lóbrega tienda de antigüedades habitada por muñecos inquietantes, un parque de atracciones fatales) y algunos fichajes sobresalientes, como el motorista despreciado por su dueño por culpa de la publicidad engañosa o la emancipada muñeca de porcelana. Y tiene un final arrebatador: ay, que Woody se nos hace mayor y...

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