De igual forma que los aficionados al terror pueden salvar una mala película si dentro hay dos o tres sustos bien dados, muchos seguidores del cine de monstruos se dan por satisfechos si en la pantalla hay un número considerable de destrozos, cascotes al por mayor y siluetas titánicas que emergen de un paisaje apocalíptico y desintegrado. Al espectador que no participe de esa devoción le puede chocar la falta de coherencia en el guión de una cinta como "Rey de los monstruos", los agujeros queseros en la historia, los lugares más que comunes que inundan el tinglado, la indigencia de los diálogos e, incluso, la mediocridad de algunos efectos digitales que llegan a saturar la vista, sobre todo si la población mostruosa aumenta.

Lo malo de estas nuevas aventuras de Godzilla es que ese derroche de peleas y caos de corte mundial, con apreciables toques de diversificación del mito incluso en los rasgos estéticos y de poderes, y que pueden servir como entretenimiento palomitero con burbujas nostálgicas, está atravesada por alambres dramáticos torpes en lo que a (d)efectos humanos se refiere y se atraganta con un requemado potaje de mensajes "profundos" donde lo mismo se trata el desastre climático que la manipulación genética, tan pronto se aborda los intereses de los poderosos por controlar el cotarro como se introducen reflexiones sobre el papel autodestructivo del hombre. En fin, es hora de que King Kong ponga las cosas en su sitio.