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"Un 'Instinto' muy, muy básico"

La promoción vende un producto audaz que no se corresponde con el ramplón resultado, con un Casas sin matices

Mario Casas en una escena de "Instinto".

De Instinto tuvimos noticias mucho antes de que se estrenara. Preámbulos de morbo para ir calentando el ambiente. Mario Casas llegó a decir que había rodado escenas de sexo impuro y muy duro tan fuertes que dudaba que se mantuvieran en el montaje final. A medida que se aproximaba la salida a la luz púb(l)ica del producto, la mayor parte de las informaciones seguían penetrando ese aspecto erótico para crear unas expectativas enormes de que íbamos a presenciar lo nunca visto en una pequeña pantalla hecho por españoles. Y cuando por fin llegó la hora de la verdad, Instinto hizo correr ríos de tinta y clics porque al señor Casas se le ve (es un decir) el pene. Fugazmente. Y el culo, porque se dedica a masturbarse bajo el chorro de la ducha. Ahí agota su munición de gran calibre la serie, porque el contenido sexual posterior se reducirá prácticamente a algunos coitos cohibidos y a las escenas con máscaras en orgías de medio pelo. Se podría hablar de tomadura de ídem televisiva porque Instinto no es provocadora, no es escandalosa, no es osada. Es, por encima de todo, una serie pésima. Un melodrama pasteurizado que no se cree nadie, con partes de intriga más bien torpes en las que Mario Casas, vestido, naufraga en credibilidad: imposible aceptar que sea un magnate audaz con proyectos rompedores, imposible tomarse en serio sus escarceos con el lado más turbio del sexo, imposible buscar en su personaje matices o pliegues que lo saquen de la vulgaridad y el despropósito.

Al igual que hacen en otras industrias audiovisuales, la española no se corta un pelo en darle cancha a la planificación coctelera. Esto es: elegir puntos de partida de series o películas de cierta resonancia para mezclarlos, llamar la atención en sus primeros pasos y luego irse por los muermos de Úbeda con giros argumentales llenos de trampas, caprichos y soluciones que parecen improvisarse en el mismo plató. Instinto no se sonroja haciendo evidentes sus "influencias". El personaje de Casas (al que deberían poner subtítulos en algunos momentos) es una cruce descarado entre el maltratador Grey de las dichosas "Cincuenta sombras" (incluyendo un trauma infantil bastante ridículo que también comparte ecos de Marnie, la ladrona), el adicto al sexo atormentado de Shame (los primeros minutos son un calco de la película de Steve McQueen) y el personaje igualmente tortuoso de Tom Cruise en Eyes wide shut, la obra maestra de Stanley Kubrick que se adentraba en los tenebrosos territorios del sexo enmascarado de la alta sociedad y sus diversiones. Incluso se puede detectar la huella del Mickey Rourke salido de Nueve semanas y media. Y la relación de Casas con Carol (Ingrid García-Jonsson), bondadosa psicopedagoga de su hermano autista, recuerda inevitablemente la de Grey con Anastasia Steele como estímulo para enfrentarse a sus demonios.

Instinto está grabada con medios de sobra y la factura técnica es correcta, pero toda la imaginación de sus responsables se destinó a vender un producto engañoso, dejando manga por hombro el dibujo de personajes y la construcción de una historia que valga la pena, con o sin pene.

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