Un caballo que galopa ardiendo. Un tiroteo entre sombras. Establo en llamas. Rostros patibularios. Ropas ocres. Manos sucias. Gruñidos, palabras mordidas, miradas torvas. Dos cabalgan juntos. Los hermanos Sisters. Curioso apellido. Parece una broma. No lo es: esos tipos te pueden pegar un tiro y luego escupirte encima. Dos matarifes que disparan y luego ni preguntan. Para qué perder el tiempo. Como no les abras la caja fuerte, despídete de este mundo. Sin embargo, Jacques Audiard, responsable de la extraordinaria "Un profeta", no va por la vida con una soga en la mano. Y la extraña pareja no es linchada por el cineasta, que quiere, sabe y puede mostrar grietas en su personalidad para encontrar vetas de humanidad. Incluso, zonas entrañables, como se apunta en uno de los finales más conmovedores e inesperados de los últimos tiempos.
"Los hermanos Sisters" es, sin el menor asomo de duda, una de las mejores películas del año. Un western como hacía mucho tiempo que no desenfundaban las pantallas. Este Oeste es un lugar inhóspito y de extremo realismo, con calles que son un lodazal, la niebla es pegajosa, las cantinas son cutres y la suciedad se huele. Y duele: las heridas no ocultan su podredumbre. Los disparos no suenan a película y los duelos son cualquier cosa menos espectaculares. De no ser por una banda sonora que a veces chirría, estaríamos merodeando la perfección, con unos intérpretes sin fisuras liderado por el gran Reilly y con Phoenix y Gyllenhaal que le secundan, un guión bien urdido lleno de pequeños detalles que agrandan la veracidad de personajes y situaciones, y giros inesperados que convierten el destino de algunos en una broma pesada que amputan esperanzas y ambiciones.
Gran película, Audiard. Enhorabuena.
