"Expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se piensa o se siente". Así define la Real Academia Españoa (RAE) la mentira. Pero la mentira tiene un hondo calado que no figura en los diccionarios. La mentira, cuando se convierte en un acto recurrente, produce daño psicológico a la persona engañada, la principal damnificada, pero también en el mentiroso.

Pero, ¿por qué mentimos? Desde un punto de vista biologico, engañar es reconfortante e incluso adictivo. Neurocientíficos de las Universidades de Washington y Harvard han demostrado que el embuste puede producir un subidón parecido al que experimenta un corredor que se enfrenta a un maratón. Según estos investigadores, esto se debe a que engañar libera dopamina, la hormona del placer y de la motivación, que activa los circuitos de recompensa cerebrales. Pero esta no es la única hormona implicada en la mentira. Científicos de la Universidad de Bonn (Alemania), han descubierto que una cantidad extra de testosterona -principal hormona sexual masculina- aumenta la honestidad y reduce las ganas de mentir. Asimismo, un estudio de las universidades de Harvard y de Texas publicado en el "Journal of Experimental Psychology" reveló que el cortisol y la testosterona, al elevarse a la vez, podían estar relacionados con la mentira.

Pero más allá de las explicaciones biológicas, la mentira se emplea como engranaje social. "Hay varios tipos de mentiras, pero si pensamos en la mentira de la forma más tradicional, las personas mentimos porque buscamos un beneficio soicial. Por ejemplo, para mejorar la propia imagen para sentirnos integradas, obtener beneficio de los demás o evitar el conflicto", explica Ana Sieiro Moral, psicóloga del gabinete Achega y miembro del Colegio Oficial de Psicología de Galicia.

La especialista asegura que la mentira forma parte del desarrollo personal. "La mentira es inevitable. De hecho, es un hito en el desarrollo de cualquier ser humano. Aprendemos a mentir en la infancia como una capacidad más de nuestro intelecto", explica la experta, que matiza: "Nada nos exime de la responsabilidad de mentir". Pero a parte de las mentiras que quien más y quien menos dice todos los días -al saludar eufóricamente a ese compañero de trabajo que no nos cae bien, al sonreír al vecino pesado o al apoyar una opinón que no compartimos-, la mentira reiterada puede hacer mucho daño. "La víctima principal es la persona engañada. Sentirse engañada atenta contra la autoestima, la confianza en los demás y genera una inseguridad que hace que nuestra vida sea más vulnerable. A los niños, por ejemplo, si se les miente se les hace creer en un mundo irreal", añade. Pero la mentira es un campo minado también para el mentiroso, ya que menoscaba su fiabilidad y puede llegar a aislarlo.

Al mentiroso no le crece la nariz como a Pinocho, pero sí le delata su perfil. Según Sieiro, el mentiroso suele ser una persona manipuladora, adaptable, espontánea, capaz de manejar la culpa y el miedo, de fingir el afecto opuesto y de detectar cuando se sospecha de su falta de honestidad.