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Un padre desesperado

Tanto Carell como Chalamet están espléndidos y hay escenas juntos que ponen los pelos de punta

Timothée Chalamet (i.) y Steve Carell. // FdV

El dolor. El dolor. De uno y de otro. Sumando ambos se hace insoportable. Un hijo adicto a las drogas. Un padre (normal y corriente, ni un santo varón ni un mal tipo) que asiste impotente al calvario. Desesperación, pequeños brotes de esperanza, recaídas. Con un material que podría dar para varios telefilmes moralistas y quejumbrosos, "Beautiful boy" logra la proeza (en ocasiones obra, incluso, un prodigio) de convertir a sus personajes en personas de carne y hueso consumidas por el miedo, la rabia y el fracaso en un lodazal donde solo hay un asidero: un amor implacable de un padre por su hijo, contaminado en parte por la mala conciencia (esos recuerdos desoladores de las despedidas en aeropuertos siendo él un niño), por la sensación que cualquier padre conoce bien de no estar preparado, de no dar la talla, de fallar cuando las cosas se ponen realmente serias. A Felix Van Groeningen se le puede reprochar sin acritud que a veces se deje llevar por soluciones fáciles que buscan más hacer vistosas algunas escenas por postureo moderno. Pero sus logros compensan ocasionales desfallecimientos creativos. Tanto Carell como Chalamet están espléndidos y hay escenas juntos que ponen los pelos de punta. El primero da una lección de expresividad con un registro austero que modula a la perfección la progresiva entrada en turbulencias de su personaje, y el segundo, más expansivo porque lo que le pasa desata sus demonios, le sigue el ritmo. Entre ambos dan veracidad, contundencia y desconsuelo a una película que juega con nobleza a insertar en el presente instantes del pasado que lo enriquecen y lo explican: de la felicidad de aquellos maravillosos años en los que todo son sonrisas y juegos e ilusiones hasta los primeros escarceos con el veneno maldito y los cataclismos íntimos que van minando todo.

Recuerda en cierto modo esta estremecedora "Beautiful boy" a la magistral "El aceite de la vida", de George Miller, por lo que tiene de lucha sin tregua de unos padres contra el destino fatal de su hijo. Aquí no hay respuestas y las preguntas llegan a ser innecesarias. De ahí la necesidad de ese plano final que deja las espaldas contra la pared.

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