Fueron muchos los que le dijeron a Juan Díaz Canales (Madrid, 1972) que Blacksad sería un error. Que mezclar las fábulas con el thriller era un desatino, sobre todo en la década de los 90, cuando el público estaba tan hastiado de los tebeos protagonizados por animales. John Blacksad, un gato negro dedicado a la investigación en un mundo antropomórfico, acabó demostrando lo contrario a los editores. La obra, guionizada por Canales e ilustrada por Juanjo Guarnido, se convirtió en el inicio de una exitosa serie, que le valió a su autor el Premio Nacional del Cómic 2014 y el Premio Eisner en la categoría de Mejor Edición Norteamericana de Material Internacional.

Desde entonces, el que fuera animador ha apostado todas sus cartas al mundo de la viñeta, en el que cuenta con títulos como "Fraternity", su obra integral "Como viaja el agua", y la creación de las nuevas aventuras de Corto Maltés.

-Casi veinte años ya desde su estreno en el cómic...

-Sí. Cuando hecho la vista atrás, veo que solo puedo estar agradecido. Yo siempre he sido aficionado al cómic, pero la primera parte de mi vida profesional la he dedicado al mundo del dibujo animado. Cuando se publicó el primer libro de Blacksad, me fui volcando más y el cómic se ha ido convirtiendo en mi ocupación principal. Desde ahí, he ido cubriendo muchos objetivos.

-Como el de desenterrar las historias de un antiguo amor de infancia, Corto Maltés.

-Sí, para mí es un sueño hecho realidad. Siempre he sido muy fan del personaje, ha sido muy importante tanto a nivel profesional como emocional incluso.

-Pero para la mayoría será siempre el padre de Blacksad. Que a uno lo recuerden sobre todo por su personaje debut, ¿es bueno o malo a estas alturas?

-Yo no tengo queja ninguna. Siempre hay cosas que te condicionan. Como bien dice, yo siempre voy a ser uno de los padres de Blacksad, pero eso solo me ha traído cosas buenas. ¿Qué cualquier cosa que vaya a hacer después, en comparación, posiblemente sea considerada una cosa menor? Quizá sea así. Siempre va parecer menor, porque la trascendencia de Blacksad como personaje nos ha sobrepasado un poco a todos.

-La idea la gestó junto a Juanjo Guarnido en la década de los 90, un momento no muy favorable para la novela gráfica española. ¿Era tiempo de ser idealistas?

-[Risas] Con la edad que teníamos entonces Juanjo Guarnido y yo, esas cosas te las planteas de un modo mucho más primario. Quieres hacer una obra, y buscas la manera de que lo publiquen. Muchas veces dicen que Blacksad fue rechazado por las editoriales españolas, pero eso no es del todo cierto. Simplemente era una época en la que no había el soporte para que pudiese ser publicado aquí, así que lo intentamos en Francia, donde hay un mercado del cómic más potente.

-Y les salió bien, aunque el concepto era un tanto arriesgado. Me extraña que nadie les dijese que un thriller antropomórfico era demasiado disparatado...

-Hubo quien nos los dijo [ríe]. Los editores te decían: "Protagonizado por animales ya está muy visto, no tiene mayor interés?". Pero, afortunadamente, el lector de cómic estaba abierto a nuevas ideas. Eso ha hecho que Blacksad, que era un experimento narrativo que mezclaba las fábulas con lo policíaco, contara con su favor.

-La obra se desarrolla en Estados Unidos, como la mayoría de sus historias, ¿por qué ese punto de confluencia en su producción gráfica?

-Veo Estados Unidos como una mitología que nos es muy común a todo occidente. Tenemos una evidente invasión cultural por su parte, y es un lugar común en el que nos sentimos cómodos creadores y lectores. Siempre me ha interesado, porque es como encontrar un lenguaje que todo el mundo va a comprender.

-La excepción es "Como viaja el agua", su primera novela como autor guionista y dibujante.

-Sí. Pasa en el Madrid actual, y tiene muchos elementos que tienen que ver conmigo, porque es una mirada a la sociedad que me rodea. Era algo que tenía pendiente. Siempre he sido muy fanático de los cómics como autor en potencia, porque de pequeño contar historias a través de los tebeos era una forma de expresión para mí.

-¿La obra no responde también a la necesidad de dejar de formar parte de un trabajo colectivo?

-Sí. A veces echas de menos el poder expresarte sin tener que pasar el filtro de poner en común tu trabajo con otras personas. Nunca ha sido tampoco una frustración para mí, porque la experiencia de colaborar siempre ha sido buena. Pero trabajando solo te sientes más realizado.

-El relato plasma los modos que tienen las distintas generaciones de afrontar la vida. ¿Esas diferencias también existen entre los autores al afrontar el cómic?

-[Duda] Siempre hay un componente generacional, uno no puede renegar de los orígenes culturales de la época que le ha tocado vivir. Pero al mismo tiempo, yo no sería capaz de etiquetar a los autores según generación. Creo que si algo tiene el cómic es que es un género muy ecléctico, y eso se refiere también a la cuestión generacional.

-¿Sucede lo mismo con el público? Porque muchas veces parece que el reto del género es saltar la barrera hacia el lector adulto...

-Es así, pero está cambiando a mejor. Hace unos años, el cómic solo se veía como una cosa para niños muy marginal. Pero se construyó el artefacto de la novela gráfica, que ha sido muy útil para llegar a un público que se había despegado del cómic o que jamás le había dado una oportunidad. Ahora el cómic ha entrado fuerte en la librería generalista, y existe el Premio Nacional, que ha dado mucha visibilidad al medio.

-¿Al final era una cuestión de terminología, entonces?

-No solo, pero también ayuda. Al final las palabras condicionan, y abren o cierran puertas.