América, la que ahora arde en El Dorado venezolano, debería haberse llamado Colombia si no fuera por Américo Vespucio que no la descubrió pero la dotó del nombre que la identifica sin pretenderlo, debido a una cadena de errores y malentendidos. Colón fue el que la descubrió pero no la reconoció. En cambio Vespucio, que tuvo una participación secundaria en ese acontecimiento universal, sí corroboró la existencia de un nuevo continente.

La historia no es nueva, pero merece la pena leerla por el escritor que mejor la ha contado: Stefan Zweig. Esta cuestión de la identidad del descubrimiento que durante años mantuvo al mundo en vilo demuestra cómo el que lo cuenta, en ese caso Américo, sobresale a veces del mérito del verdadero protagonista de la hazaña. En realidad es el resultado de la literatura que se impone. Zweig escribió con la erudición acostumbrada "Américo, la comedia de los errores" -que ahora ve la luz gracias a una nueva edición de "Acantilado ( "Américo Vespucio. Relato de un error histórico") en sus últimos años, cuando se había refugiado en Brasil huyendo de la Europa convulsa que agitaba Hitler. "Quien espera un trato justo de la historia pide más de lo que ella está dispuesta a dar: a menudo asigna proeza e inmortalidad al hombre medio y relega al anonimato y la sombra a los mejores, los más audaces y sabios", contó en las conclusiones del libro. Si no fuera porque se está refiriendo a Colón y a Vespucio, cualquiera podría pensar, por el momento en que lo escribió, que estas palabras absorben la amargura que le llevó a despojarse de la vida en Petrópolis cuando todavía pensaba que el nazismo iba a extenderse por todo el mundo. Se suicidó, junto con su esposa, un 22 de febrero, precisamente el mismo día de la muerte de Vespucio.

La cadena de errores y bromas del destino que llevaron a un personaje secundario a desplazar al verdadero protagonista del descubrimiento de América parten de la inofensiva sugerencia de un hombre olvidado, el cartógrafo Martin Waldseemuller, quien escribió: "...porque Américo la descubrió, desde hoy podría llamarse la tierra de Américo que es América".

De hecho, Vespucio fue quizás el primero en darse cuenta de que la tierra descubierta por Colón no era la India de las especias, sino un nuevo continente, inmenso y quizás más parecido al paraíso terrenal de los textos sagrados que a las legendarias tierras de las especias y las sedas. Escribió en sus cartas: "Si en el mundo hay un paraíso terrenal, no hay duda de que no debe estar muy lejos de estos lugares [...] un país donde las almas no están alteradas por la lucha por el dinero, por la posesión, por el poder, donde no hay príncipes ni recaudadores de impuestos y no es necesario vestirse para ganar el pan de cada día, donde la tierra todavía nutre al hombre y el hombre con la eternidad no es eternamente un enemigo de su prójimo".

Zweig citaba estas palabras de Vespucio en "La tierra del futuro" (1941), aún deslumbrado por lo que contemplaba. Esta belleza aparente no evitó, sin embargo, -la desconexión final.