Lucho contra el mono de la gurú del orden en el hogar Marie Kondo y su obsesión por hacernos felices a base de cajitas y tiernas despedidas a las prendas y objetos que ya no nos acompañarán más. Su método tiene más de psicopatía que de terapia. Desde cuándo, señores, doblar la ropa en modo vertical, como si se tratara de paquetitos, aporta júbilo a nuestras vidas. No engaña cuando dice la autora de "La magia del orden" y "La felicidad después del orden" que donde hay desorden existe cierta sensación de infelicidad. Pero a ella, que habrá escrito sus libros con toda la ilusión del mundo, seguramente se le habrá escapado que mi casa es el templo del maximalismo, el crisol de diferentes culturas allá donde viajo o me hacen viajar quienes me visitan. La pobre iría de mi salón directamente a La Cadellada, en sus tiempos felices. Directa y sin anestesia.

No, ni juego ni quiero jugar en la misma liga que Marie Kondo. Esa mujer que seguramente ni en su más tierna infancia se habrá cortado el flequillo a escondidas con las tijeras de la cocina ni es del tipo de persona que improvisa soluciones a lo MacGyver ante el derrame monumental de un frasco de esmalte sobre el mueble más preciado de la casa de tus abuelos. No. Marie Kondo no es de esas mujeres que se reinventan con facilidad o buscan soluciones rápidas. Se lo tiene todo estudiadito.

Las primeras instrucciones de sus libros consisten en poner música relajante, abrir los armarios y deshacerte de aquello que no te haga feliz. ¿Qué es lo que no nos hace felices, querida? ¿Los vaqueros zarrapastrosos de juventud y pata de elefante con los que estuvieron a punto de darnos la escoba de oro por dejar las aceras limpias como una patena? ¿O es aquel chalequín tejido con todo el cariño que no te pones ni para pasar la peor de las gripes encerrada en casa? Eso, Marie Kondo, no merece despedidas felices. Se va sin dejar huella.

La japonesa, además, plantea despedirse de cada prenda con frases como "Muchas gracias por trabajar tan duro" o "¡Bien hecho!" y así agradecer el servicio prestado. Lo primero de todo: cuando la prenda está servible, en España, apreciada gurú del orden, tenemos decenas de entidades sociales que le darán buen uso a toda la ropa que no nos ponemos y precisan decenas de familias. Y si algo está tan mal que no merece una segunda vida, tenemos un consorcio de residuos que lo hace fenómeno. Allí los halcones no entran en plan Marie Kondo con la sonrisa puesta para iniciar el ritual. Allí se entra a matar. Es basura.

Si tuviera que despedir una a una las prendas que habitan en mi armario, no vería factible un adiós personalizado, tendría que convocar una rueda de prensa. En serio: ser la abanderada mundial contra el síndrome de Diógenes no te convierte en una especialista del orden. Sin ir más lejos, el método de Marie Kondo del doblado de ropa fracasa cuando entramos a fondo en la práctica. He de confesar que almacenar las camisetas en rulos en horizontal está bastante bien, pero ¿y si tu vida transcurre en un territorio con sólo dos estaciones: el de la chaquetita por si refresca y el de bufanda-manta no vaya a ser que acabes desalojado un par de días de casa por inundación? En Galicia, Marie Kondo y su método, el KonMari, no nos aguantan 48 horas. De grandones que somos hay quien convirtió la vieja cuadra de los abuelos en trastero entre temporadas. Y ahí, amiga luchadora contra el Diógenes, no hay técnica que valga.

¿Qué solución ofrece Marie Kondo a las maletas viajeras que salen con rapidez de su rincón y demoran su vuelta al lugar de donde salieron durante semanas pese a que su propietario haya regresado a casa? Esas cosas suceden. También sucede, Marie Kondo, que en turnos de trabajo de 12 días en los que eres como un 7-Eleven, con jornadas que se alargan desde el alba hasta bien entrada la noche, es difícil que los armarios luzcan como en uno de tus episodios de Netflix. "Tenlo curioso", me decían en casa de pequeña. Fue lo más parecido que oí a los consejos de Marie Kondo.

"Si estás teniendo dificultades para deshacerte de algo, agradece a ese elemento el papel que ha desempeñado en tu vida", dice la japonesa, sugiriendo que podríamos decir algo a la prenda como "gracias por darme alegría" cuando te compré o "gracias por enseñarme lo que no me conviene". ¿Así que ahora tengo que decidir si un par de medias de esos colores chillones del Primark me hacen palpitar? ¿No puedo conservarlas, simplemente, porque tal vez vayan bien para el próximo Carnaval? Y si decido que las odio, ¿no puedo tirarlas sin tener que decirles por qué?

Su sistema tampoco aguanta la convivencia entre culturas. Me explico. Una china, dos alemanas, una francesa y una española comparten habitación durante tres semanas. La asiática parece la más zen de todas. Habla suave, sonríe. Llega con un organizador de ropa interior y otros enseres del baño. Deshace la maleta y cuelga su mini KonMari de la litera. Otro que no duró ni 24 horas. Después de la primera fiesta de las alemanas la habitación parece una leonera. La llegada de los mosquitos obligó a extender el poder de la citronela por los cuatro metros cuadrados que compartíamos. La alfombra de chanclas hace imposible abrir la puerta. Al armario compartido se le ha roto una puerta. Y sólo ha pasado una semana. La pequeña aprendiz de Marie Kondo retira su organizador, comienza a colgar la ropa por el primer lugar que encuentra libre y se cubre por completo de madrugada con la toalla para evitar las picaduras de los mosquitos. Su maleta es la única que no escupe ropa pero apenas ha podido seguir su rutina de orden. Aun así, sonríe. Como Marie Kondo. Como si guardara la esperanza de entrar en acción.

En su mezcla de coaching y feng shui, la apreciada gurú del orden tira de media 100 bolsas en las casas en las que interviene. Pero no creo en esa teoría de orden como disparador de bienestar y felicidad. Eso es limpieza, sin más. Seamos realistas: pretender que el cuarto de los críos parezca de catálogo es una meta imposible. Igual que tener que destinar un fin de semana completo a organizar la casa si te vas despidiendo uno a uno de cada objeto como ella plantea. Tampoco parece muy práctico tirar y después pensar en lo que necesitamos. Soy más fan de las teorías de la argentina Marietta Vitale, quien mantiene como normal que todo lo que no usamos en el último año lo ideal es que salga de nuestra casa. Vale. Así, sí. Porque ordenar no es sólo tirar, sino también organizar y guardar de una manera prolija. Y Marie Kondo que se busque otro objetivo. A mí no.

Es cierto que ordenar mejora la vida. Obvio. Y me atrevo a decir que con los años me volví bastante ordenada porque entendí que hace la vida más fácil. Porque tener cada cosa en su lugar me ahorra tiempo y hace que la diaria no sea un caos. Pero también entendí que el orden tiene que ocupar su lugar y a mí ya me ha ocupado 1.240 palabras. A ver cómo mejora esto el KonMari.