"Tengo un nudo en el pecho, el corazón me late a toda velocidad, casi no puedo respirar, creo que me voy a ahogar o me va a dar un ataque al corazón. Pienso que corro el riesgo de morir y, un segundo después, empiezo a sudar, tengo calor y luego frío, me tiemblan las manos y noto un desagradable hormigueo en los dedos. Quiero salir de donde estoy e intento respirar despacio. Estoy mareado y tengo ganas de vomitar. Poco a poco pasa. Durante todo el día estoy triste, ¿cómo es posible que me pasen estas cosas a mí que lo tengo todo?". Así describe Margarita su particular vía crucis cada vez que se enfrenta a una crisis de ansiedad, un conjunto de trastornos que, en los últimos años, parecen haber trascendido la puerta de las consultas médicas hasta convertirse en una especie de epidemia social. Y es que, a falta de registros oficiales, la Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que hasta uno de cada diez ciudadanos podrían verse afectados por una dolencia de ese tipo.

Aunque pueda resultar contradictorio, la ansiedad es el arma que posee nuestro organismo para estar en alerta ante cualquier posible peligro. Un mecanismo natural de protección que anticipa posibles amenazas. Un pertrecho para sobrevivir, en definitiva. Y como tal, "no es necesariamente mala". "Nos predispone a actuar y a afrontar determinadas situaciones", explica el psicólogo clínico Eduardo Martínez Lamosa, miembro de la directiva de la Sección de Psicoloxía e Saúde del Colexio Oficial de Psicoloxía de Galicia, quien alerta de que el problema llega cuando ese mecanismo natural de protección "es excesivamente intenso, se desencadena en situaciones en las que no debería o se prolonga demasiado en el tiempo sin que exista una amenaza real".

Adrenalina y cortisol

Partiendo de la base de que el propósito de la ansiedad es proteger al organismo, no dañarlo, ¿qué ocurre cuando se desencadena ese mecanismo de defensa? Al detectar o anticipar un peligro, el cerebro mandará una señal al sistema nervioso autónomo, y este liberará dos sustancias químicas a través de las glándulas adrenales situadas en los riñones, llamadas adrenalina y noradrenalina. La primera aumenta el ritmo cardíaco y respiratorio, oxigena la sangre y eleva la tensión arterial. La segunda incrementa la capacidad de análisis y la coordinación motriz. A continuación, se activará la secreción de cortisol, que favorece la creación de la glucosa circulante asegurando el alimento al cerebro (las neuronas se nutren de glucosa). Esto favorecerá la movilización de los depósitos de grasa para que los músculos se movilicen hacia la huida o la lucha.

Esa respuesta del organismo se manifiesta a través de una serie de síntomas que acompañan al paciente con ansiedad, como "aturdimiento, nerviosismo, taquicardia, sudoración, temblores, ahogo, opresión en el pecho, náuseas, molestias abdominales, mareos, hormigueos (parestesias), escalofríos o sofocos, miedo a perder el control (lo que produce conductas de aislamiento), entre otros", indica Martínez Lamosa. La cabeza de un paciente que sufre ansiedad anormal o patológica actúa, en definitiva, como una lavadora en plena función de centrifugado: los pensamientos se repiten, se agolpan, le cuestionan, le previenen, le amenazan y le impiden tomar el control de su vida. ¿Qué trastornos se agrupan bajo esa etiqueta? "Ataques de pánico, agorafobia, fobias específicas, fobia social, trastorno de ansiedad generalizada, trastorno de estrés postraumático, trastorno por estrés agudo, trastorno obsesivo-compulsivo o trastorno de ansiedad no especificado...", enumera el especialista del Colexio Oficial de Psicoloxía de Galicia. La falta de registros oficiales complica el establecer con exactitud cuántas personas sufren ansiedad en España. Los últimos datos disponibles, del Ministerio de Sanidad o de la OMS, apuntan a una horquilla de entre el 5% y el 10% de la población, con mayor prevalencia -al igual que sucede en todo el mundo-, entre las mujeres, aunque sobre este aspecto, Martínez Lamosa puntualiza que "no significa que ellas sufran más ansiedad". "Puede que los hombres acudan menos a consulta", destaca.

Otras estadísticas con las que trabaja Sanidad elevan la tasa en Europa hasta 70 millones de afectados, el 18% (más del doble que la de la depresión), y alertan de que una de cada cinco personas en España está en riesgo de tener mala salud mental. Según la última Encuesta Nacional de Salud, la ansiedad era el sexto problema de salud más recurrente (el quinto entre las mujeres y el noveno entre los hombres) y el primero de ellos no directamente físico.

"En la práctica clínica no hemos notado un incremento significativo de casos, porque los trastornos de ansiedad han sido, tradicionalmente, el principal motivo de consulta en los despachos de los psicólogos clínicos", asegura Martínez Lamosa, quien señala, no obstante, que "hay estudios que sugieren que podría está aumentando la incidencia de la ansiedad o que se le podría estar poniendo esa etiqueta a otro tipo de circunstancias derivadas del día a día".

Pronóstico

Este especialista del Colexio de Psicoloxía de Galicia afirma que el pronóstico del paciente que sufre ansiedad variará en función del tipo de circunstancia que la desencadena. "La ansiedad causada por fobias suele tener un mejor pronóstico, ya que el tratamiento resulta bastante efectivo en estos casos", especifica Martínez Lamosa, quien explica que los trastornos de ansiedad se suelen abordar con psicoterapia -terapia cognitivo conductual-, combinada con tratamiento farmacológico -como benzodiazepinas y antidepresivos-, según el caso. "Los fármacos pueden ser útiles a corto plazo, para controlar cierta sintomatología, pero la psicoterapia es fundamental", remarca. Además, apunta que ciertas técnicas pueden ayudar a manejar los síntomas asociados a este tipo de trastornos. "Las técnicas de relajación, así como la práctica de disciplinas como el yoga, pueden ayudar a controlar la parte más física de la ansiedad.

En cuando al aspecto emocional, la reestructuración cognitiva es el foco principal del tratamiento: se puede enseñar al paciente a pensar de manera diferente", indica Eduardo Martínez Lamosa, quien también considera "fundamental" buscar el apoyo social del entorno, ya que, en ocasiones, "los afectados se pueden sentir muy incomprendidos", recalca.