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Cristales rotos

Desajustada en su aspecto interpretativo y arrítmica en su desarrollo, "Glass" deja en suspense el futuro de la carrera de M. Night Shyamalan

James McAvoy.

Después de "El sexto sentido" y su final sorpresa, M. Night Shyamalan consiguió colocar otro título en el altar del cine de culto con "El protegido", irregular pero cargado de ingeniosas ideas. Lo que vino después ya los sabemos todos: películas fallidas aunque bien planteadas y algunos bodrios sobre los que es mejor correr un tupido velo. Con "Múltiple", los devotos del cineasta vieron un plano ardiendo al que aferrarse: una propuesta menor y atractiva sostenida por el impacto de su desafío (un tipo letal dominado por un vendaval de personalidades distintas) pero que no lograba sacar todo el partido a la idea. Shyamalan se marcó un George Lucas al final y decidió que la historia podía dar para una trilogía si, fiel a su hábito de marcar finales inesperados, unía "El protegido" con "Múltiple" en la última escena, Bruce Willis mediante. "Glass" es el resultado de esa fusión de personajes e historias, y el resultado es decepcionante en su desarrollo dramático (incluso las reflexiones sobre el mundo de los superhéroes, que tenían su gracia en "El protegido", suena aquí impostadas), pero el talento para forjar el armazón visual del director brilla con la suficiente intensidad como para salvar la función.

Con su habitual habilidad para contar las cosas de forma esquinada o en fuera de campo (la primera secuencia es ejemplar), Shyamalan aprovecha bien los espacios más claustrofóbicos y deja caer pequeñas ideas de puesta en escena que sorprenden más que los giros argumentales marca de la casa o el tajante camino elegido para plasmar el destino de sus protagonistas.

Desajustada en su aspecto interpretativo y arrítmica en su desarrollo, "Glass "deja en suspense el futuro de la carrera de Shyamalan: escaldado de las superproducciones, liquidada la trilogía y sin más historias pasadas de las que tirar (No vemos claro un "Séptimo sentido", la verdad), el director tiene ante sí el reto de elegir un camino que le permita desarrollar su indudable talento para el escalofrío.

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