Faro de Vigo

Faro de Vigo

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Silvio contra el volcán

Sorrentino se aproxima al ciudadano Berlusconi echando mano de la estética hortera

Toni Servillo, en el papel de Silvio Berlusconi.

A Paolo Sorrentino lo domas o lo dejas. Lo primero es imposible: hace el cine que quiere con ánimo juguetón, y lo excelso y el exceso conviven en caótica armonía cuando da en el clavo con su martillo visual y verbal. Tras alcanzar la cumbre con "La gran belleza" y bajar a pastos más podados en "La juventud" y "The young Pope", el cineasta napolitano se fija en una figura real de la política italiana para aplicarle un ungüento que, como ya ocurriera en la sensacional "Il divo", sirve tanto para embalsamar cadáveres como para calmar dolores gangrenados. Pero Silvio Berlusconi no es Giulio Andreotti y exige aromas y materiales muy distintos que Sorrentino mezcla sin cometer el error de caricaturizar a una caricatura e intentando que "ellos" (o sea, nosotros) nos veamos reflejados en ese espejo deformado de aguas fecales. Aunque nos quedemos sin ver cincuenta minutos del metraje original (dividido en dos partes, la primera claramente inferior) y dañe la película una inevitable sensación de mutilación comercial, lo que ha llegado es más que suficiente para darse cuenta de las intenciones de Sorrentino, que oscilan, en un desequilibrio que no siempre es signo de libertad creativa bien administrada, entre la mirada comprensiva y casi empática hacia un hombre tragicómico como Berlusconi (excesivo, peterpanesco, lúdico y obsesionado con sus pasiones, poderoso y al tiempo cautivo de sus miedos) y la radiografía rococó de un ser de ideología postiza, sentimientos infiltrados de botox y afinidades soeces con la Italia corrupta y aborregada (hay una metáfora un tanto rudimentaria sobre el paisaje lanar).

El título original, "Loro" se refiere a "ellos", al entorno social en el que es posible que alguien como Silvio (o Trump) llegue a gestionar un país entero, pero también suena a "l'oro": el oro. No hace falta añadir más. Sorrentino se aproxima al ciudadano Berlusconi echando mano de la estética hortera de la televisión de tretas al viento que implantó con gran éxito, recurre a filtros de videoclip y extiende mantos barrocos y surrealistas entre piernas abiertas y bocas cerradas, velinas ardientes, polvos blancos (caspa, sexo, drogas), acrobacias desnudas, camellos en el jardín, pobres ricos, calcetines y bragas colgantes (qué obvio, Sorrentino, como ese final de sísmico simbolismo), tiovivos de recuerdos muertos, canciones napolitanas en piscinas de bacanal y volcanes que entran en erupción con un clic. Entre otras muchas cosas, porque en el cine de Sorrentino hay de sobra donde elegir, aunque a veces su propio talento le acabe desorientando. Pero cuando acierta..., ah, cuando acierta qué gran belleza burbujea en la pantalla, sobre todo en algunas escenas entre Silvio y su esposa en las que caen las máscaras y aparece el rastro perdido de una emoción congelada. Brrrrrlusconi.

Compartir el artículo

stats