Robin Hood es un personaje recurrente en la historia del cine. A través de sus adaptaciones casi podríamos trazar la evolución del séptimo arte, en su modelo institucional. Consciente de ese legado, la nueva versión de Otto Bathurst es un pastiche que mezcla retales de otras versiones previas, pero formando un conjunto sin pies, cabeza ni gracia alguna. Como en "Robin Hood, príncipe de los ladrones" (Kevin Reynolds, 1991), aquella en la que Kevin Costner encarnaba al arquero, en esta nueva versión de la leyenda británica se incluye a un compañero de fatigas de raza negra (Jamie Foxx) que mantiene una deuda de sangre con el forajido. Además, el protagonista ya no es un mero bandido con ética, sino el líder de una revolución ciudadana, como en la reciente película de Ridley Scott, estrenada en 2010, con Russell Crowe al arco. Y como en esa versión, Marian (Eve Hewson) es una mujer empoderada, en este caso ladrona y cómplice de la revuelta. El signo de los tiempos.

Paradójicamente, el mayor referente visual de este "Robin Hood" no es una versión previa, sino una saga de videojuegos: "Assassin's Creed". La estética del protagonista, con esa "icónica" capucha; las escenas de acción acrobática con algún "salto de fe" incluido y hasta la selección de armas (ese cuchillo escondido en la muñeca) son claras herencias de los videojuegos de Ubisoft, que encuentran aquí una representación más fiel que en su propia (y desgraciada) adaptación cinematográfica.

Este "Robin Hood" gamer y posmoderno probablemente arrase entre el público millennial, pero de músculo cinematográfico va escaso. Solo el plano final de la mayúscula "Robin y Marian", legado sentimental de toda una generación, encierra más verdad, más amor y más cine que todo el metraje de este pastiche. Así que háganse un favor: compren el DVD de la película de Richard Fleischer y pasen de esta chorrada.