El cerebro humano es una de las últimas fronteras del conocimiento que científicos de todo el mundo se afanan en derribar día a día. Alejandra Pazo (Vigo, 1987), investigadora en el centro CBS del Riken, la principal institución japonesa de I+D, estudia la función crucial que desarrollan los astrocitos, células gliales a las que tradicionalmente se atribuía un papel secundario, para que los circuitos neuronales funcionen como un "engranaje perfecto".

"Los estudios se centraban en las neuronas, pero los astrocitos ayudan a que las conexiones se regulen de forma precisa. Por tanto, es necesario conocerlos para entender qué pasa en enfermedades como la esquizofrenia o el autismo en las que se rompe este equilibrio. Arrojamos luz sobre cosas que hasta ahora no se podían explicar porque no se tenía en cuenta esta visión. Los astrocitos y otras células gliales son de gran importancia", destaca sobre su trabajo en el laboratorio de Plasticidad Sináptica y Conectividad Neuronal.

La ciencia, añade, ya ha revelado la relación entre la inteligencia y una mayor cantidad de células gliales respecto a la de neuronas: "Hace unos años se hizo un experimento con ratones modificados genéticamente que tenían astrocitos humanos y en las pruebas de comportamiento demostraron ser más inteligentes".

Alejandra inició su carrera investigadora en el ámbito de la virología tras titularse en Biotecnología en la Francisco de Vitoria. Realizó un máster en la Complutense y durante su doctorado en la Autónoma trabajó en el Centro Nacional de Biotecnología del CSIC: "Mi tesis se centraba en una proteína que provoca que el virus de la gripe sea más o menos infectivo. También es importante para un proceso cerebral, por eso me vine unos meses al Riken en 2014".

Entre sus planes no figuraba regresar, pero al laboratorio nipón le gustó su perfil y le ofreció una plaza como neurocientífica "postdoc". Así que en mayo de 2017 se incorporó al Centro para la Ciencia del Cerebro (CBS), del Riken, una red global con 3.000 científicos repartidos por varias instituciones.

"El país está muy occidentalizado pero el choque resulta grande porque la cultura es muy diferente. Nosotros somos muy directos si tenemos un problema, pero los japoneses son muy respetuosos y siempre evitan molestar al otro. Aunque con los extranjeros son más comprensivos, debe ser duro para ellos. Hay un dicho que dice que el japonés sonríe con los ojos y llora con el corazón. Lo importante es que la sociedad funcione como una máquina perfecta y el individuo es prescindible. La oportunidad de estar aquí te da una forma de ver el mundo completamente diferente", comenta.

La realidad global de hoy, sin embargo, también conlleva grandes cambios: "Muchos amigos que llegaron aquí antes dicen que Japón permanecía más aislado hasta el tsunami de 2011. Recibieron apoyo del resto de países y se dieron cuenta de que no estaban solos. Y debido a los Juegos Olímpicos de 2020 han abierto mucho las puertas porque necesitan muchos trabajadores cualificados y mano de obra. Algo que también crea cierto miedo entre una parte de la población que quiere preservar su forma de vida".

La neurocientífica viguesa reside con su marido Javier, un ingeniero informático al que conoció en Madrid, en un entorno "muy rural" a pesar de pertenecer a la prefectura de Tokio y a solo diez minutos en bicicleta del CBS, ubicado en la ciudad cercana de Wako-shi. Se considera "mitad viguesa, mitad de Becerreá", el pueblo de su madre, y en estas fechas le ataca con más fuerza la morriña. "El alcalde de Tokio ya debe estar enterado de la iluminación de Caballero, pero no creo que lo supere", bromea.

Más en serio, no contempla un regreso cercano: "En España tendría que haber un mayor esfuerzo en inversión, pero interesa más la construcción y el turismo. En Japón hay muchos fondos, tanto públicos y privados. Y los científicos de nuestro país estamos muy bien considerados. Además somos supereficientes porque estamos acostumbrados a aprovechar recursos".

Respecto al caso del científico chino que asegura haber modificado el ADN de dos gemelas para hacerlas resistentes al VIH, Alejandra subraya, en la línea de la comunidad internacional, las implicaciones deontológicas: "Nosotros utilizamos a diario la técnica CRISPR con ratones y funciona muy bien, así que no es descabellado pensar que lo ha logrado. En verano asistí a la conferencia de una de las científicas que desarrolló este sistema de edición genética y acabó su intervención diciendo que deberíamos empezar a tener en cuenta las consecuencias morales y éticas. Hoy asistimos a logros que se soñaban hace solo unos años en libros de ciencia-ficción, pero ¿hasta qué punto tenemos derecho a utilizarla para mejorar la inteligencia o elegir qué embrión sobrevive?".