Por segundo año consecutivo, Sofía fue en 2017 el nombre más usado para las recién nacidas en Galicia y Martín suma ya cuatro años en lo más alto de la lista de los varones. Pese a que los padres tienen absoluta libertad para elegir cómo llamar a su hijo, en su decisión intervienen muchos factores de los que no son del todo conscientes.

Uno de ellos es la estructura patriarcal, que inconscientemente promueve que los niños tengan nombres más serios y conservadores mientras que para las niñas se permiten más innovaciones y nombres más efímeros o fugaces. "Hay un sesgo de género importante en la elección de los nombres de los niños y las niñas", recalca Ana Boullón, profesora titular de Filoloxía Galega en la Universidad de Santiago.

"Los nombres de los niños están ligados a la continuidad familiar, se les pone un nombre más serio de forma inconsciente", subraya la investigadora, autora de varios estudios sobre los nombres y apellidos en Galicia.

Ese sesgo de género se evidencia en la prevalencia de los nombres de origen castellano en los niños (un 24%) con respecto a los de las niñas (un 9%) y también un mayor uso en ellas de los nombres gallegos (un 13,5 por ciento frente al 11%). Al margen del origen español, gallego, inglés o vasco, que predomina en la onomástica, bajo el epígrafe "otros orígenes" se agrupan hasta un 21 por ciento de los nombres femeninos mientras que supone apenas el 4% de los masculinos.

El patriarcado no es el único factor que determina la elección, también motivada por los personajes populares del momento. "El hecho de que haya un par de personas muy conocidas con ese nombre -la reina emérita y la infanta- decanta la elección de la mayoría, pero eso no quiere decir en absoluto que las personas que le ponen Sofía a su hija sean monárquicas", explica Boullón. Lo que hacen esos personajes populares es "rescatar" del olvido un nombre que existe desde hace cientos de años. Si además, añade la filóloga, tiene un significado - "sabiduría"- y una estructura fonética atractiva y frecuente -en Antía, Martina, Lucía o Uxía-, tiene más posibilidades de figurar en la elección final. "La razón no se explica con cada una de ellas sino en el conjunto", indica la investigadora.

Lo mismo ocurre con Iker, por ejemplo, un nombre vasco que alcanzó su apogeo en Galicia en 2010, año en el que la selección española de fútbol ganó el Mundial. Entró en la lista de los 50 más usados en 2003 y desde entonces continúa, aunque desde que en 2015 el portero Iker Casillas fichó por el Oporto, la popularidad del nombre comenzó a caer hasta el puesto 35 en 2017.

A diferencia de lo que ocurre en los países latinoamericanos, donde es habitual la práctica de inventar nombres a raíz de la conjunción de los de los padres o de la influencia americana -Usnavi es un nombre frecuente en Cuba, que procede de US Navy-, "en toda Europa el corpus onomástico es muy conservador", explica Boullón.

La última vez que se renovó fue en los 80, "tras el fin de la dictadura y la pérdida de influencia de la iglesia católica, el cambio de sistema de vida, el abandono de las aldeas y la concentración de las ciudades o la influencia de los medios de comunicación". Los nombres, tradicionalmente heredados de padres, padrinos y santos, cambiaron. "A partir de esa época data la llegada de los nombres ingleses: las Vanesas, Cristian, Jenifer y Jesicas -en sus múltiples variantes ortográficas-. Afortunadamente fue una moda transitoria", señaló la experta.