Gianni Fabbrini es florentino y su currículo lo llevó por tres cuartas partes del mundo, con su piano y su voz. Es profesor de canto y como pianista de repertorio (pianista de acompañamiento) es conocido internacionalmente.

-¿La curiosidad es norma universal entre los estudiantes de canto?

-No lo es. Depende de los lugares, de la cultura. He tenido experiencias docentes con muchos alumnos chinos que no tienen en la curiosidad su principal característica. Buscan la espectacularidad, llegar a notas muy agudas, consolidar la técnica y, en ocasiones, alcanzar el artificio. El problema es que el artificio no te garantiza ser un gran cantante.

-¿Ser un grandísimo pianista garantiza ser un buen pianista de repertorio?

-Las capacidades y la experiencia cuentan, pero no es suficiente. Acompañar es mucho más. Nuestra labor tiene mucho que ver con el feeling, con la química entre el pianista y el cantante. Hay personas que con su voz son capaces de transmitir cosas muy bellas sin haber ensayado apenas con su pianista. Y al revés.

-El pianista engrandece al cantante.

-A menudo, sí.

-Y tapa defectos.

-Pues también.

-Pregunta frívola: ¿es más difícil acompañar a cantantes varones que a cantantes mujeres?

-En mi caso es indiferente. No encuentro diferencias.

-Usted es experto en repertorio vocal italiano.

-Es la base obligatoria para todo cantante lírico. Y según en qué países noto que no tiene la suficiente consideración, como si se tratara de un repertorio menos interesante, un poco pop. No es el caso de España, evidentemente.

-Reside en Florencia y me pregunto si allí se vive la música con la misma intensidad que otras artes.

-El nivel es bueno y claro que hay movimiento cultural musical. Tenemos un buenísimo calendario de conciertos, pero el público es más reticente con los recitales y la música de cámara. Es como si en estos tiempos que corren se hubiera perdido la paciencia. Por otra parte ha cambiado ese público y su relación con el espectáculo. Recuerdo de niño las salas en absoluto silencio, un ambiente de respeto total que se ha perdido. Ahora todo son ruidos. Y, si me permite, le contaré otra diferencia. Hubo un tiempo en que en materia operística había lugar para la experimentación y la recuperación de nuevos títulos. Y ya no. "La Traviata" aparece siempre.

-¿El público de la ópera es conservador en este aspecto?

-Le gusta escuchar lo que ya sabe y en las programaciones prima el aspecto económico. Lo cierto es que se ha reducido el repertorio y se va a lo conocido. Está ocurriendo en los países de Oriente; es interesante comprobar qué se programa allí porque puedes ver el futuro de la cultura.

-¿Es pesimista?

-Corremos el riesgo de perder la cultura de la lírica, y en estos momentos el reto más importante es salvarla. En este mundo globalizado, cada vez es más difícil reconocer las diferencias.

-Trabajó como profesor en el Centro de Perfeccionamiento "Plácido Domingo", del Palau de les Arts de Valencia. ¿Qué se encontró allí?

-Un grupo de cantantes, escogidos por todo el mundo, que eran muy buenos, pero, sobre todo, un grupo de pianistas repertoristas que resultó excepcional. Una generación de chicas y chicos que están trabajando en las mejores óperas del mundo.

-Y trabajó con Claudio Abbado. Vaya lujo.

-Era un hombre de paz. Cuando se marchaba, igual los demás se tiraban los trastos, pero en su presencia el ambiente era maravilloso. Tengo una anécdota con él, no sé si le interesa.

-¡Por supuesto!

-Fue en el Festival de Salzburgo en 2001, en los ensayos de "Simón Boccanegra". Yo era, por así decirlo, el último en llegar, estaba en una esquina tomando notas. Abbado dirigía y yo me atreví a decirle: "Maestro, el coro se está equivocando". Entonces él manda parar, llama al director del coro y le explica el problema. El director le contesta: "Gracias, gracias, maestro", y Abbado dice: "No me las den a mí, se las dan a Fabbrini".

-Vaya subidón...

-Me fui a casa con el ego por las nubes. Abbado era fundamentalmente una persona humilde.