La logopeda del Centro de Lenguaje y Desarrollo de Vigo, Paula Ramos, explica que cada vez detecta una mayor preocupación entre los padres cuando, entre los 2 y 3 años, con la explosión del lenguaje, se produce una tartamudez en el niño que normalmente es una "disfluencia fisiológica". "Su pensamiento va más rápido que el habla y podría tener problemas de ritmo", indica Ramos, "pero ahí es más importante tener mucho cuidado de no llamar la atención del niño sobre ese comportamiento. Lo que hacemos es dar pautas a los padres sobre cómo intervenir". La experta apunta a consejos como dejarlo siempre acabar de hablar y enunciarle las frases más despacio. "Si persiste a partir de los 5 o 6 años, es probable que se cronifique", asegura. No se ha hallado un origen claro, por el momento, de esta anomalía de la dicción. Paula Ramos coincide en abordar "cuanto antes" el tartamudeo, como indica la vicepresidenta de la Asociación de Logopedas de España, Miriam Gómez García. "Si los síntomas empiezan entre los 2 y los 3 años, se puede hacer ya una valoración para comprobar la frecuencia con la que aparecen. A partir de los cuatro, ya está establecida, no remite. Lo único que se puede hacer es intentar moldear la forma y ritmo del habla", expone.

Ramos reitera que, a partir de los 5 años, la tartamudez ya "prácticamente acompaña a lo largo de la vida". "Se puede disminuir mucho. Incluso hay gente que puede llegar a casi eliminarla, pero en momentos puntuales como situaciones de estrés vuelve a aparecer", agrega la experta. "Todos los casos son tratables", alivia no obstante la profesional.

Las prácticas de logopedia que se ponen en marcha recogen técnicas de relajación muscular, control de la respiración diafragmática, patrones de habla, técnicas de fluidez, canciones y aprender un ritmo establecido. Todo esto, además, se puede combinar con psicoterapia en edades más avanzadas, para trabajar aspectos de habilidades sociales y emocionales.