"La Inquisición en España fue de lo más suave de Europa, pero se alargó al siglo XIX; fue más salvaje en Francia, Inglaterra o Italia", aseguró el escritor Teo Palacios en el Club FARO durante su conferencia "Inquisición y hechicería en el Siglo de Oro". Desmentía así en Vigo una de las ideas extendidas en el cine y la literatura que cargan las tintas en los sanguinarios sucesos de la Edad Media en España.

La médica y diplomada en Historia María Teresa Cendón se encargó de una documentada presentación, en la que destacó tanto aspectos de las anteriores novelas históricas del ponente, como su residencia actual al otro lado de Vigo, en O Morrazo, así como el origen gallego -de Monterrei- de uno de los protagonistas de su último trabajo, "La boca del diablo", que Palacios presentaba ayer por primera vez en público. Teo Palacios echó en falta la proyección de un vídeo sobre exorcismos para el arranque de una conferencia trufada de documentos históricos, aunque se refirió al título ("The Devil and Father Amorth") por si alguno de los asistentes desea verlo.

"Las mujeres en la Edad Media fueron las víctimas de los juicios de brujería, porque cualquiera que destacaba, era masacrada; aunque solo tratase de ayudar a alguien con hierbas medicinales", reconoció Palacios sobre la negación de la importancia histórica de las féminas. Reflexionaba así con el público sobre los numerosísimos Autos de fe. De hecho, el experto también se refirió al caso de la gallega María Soliño, que pasó dos años en las mazmorras de la Inquisición en Santiago, falleciendo poco después. Eso dio pie a un simpático -y realista- comentario de María Teresa Sendón sobre el vigente insulto 'bruja' referido a las mujeres, mientras el significado en masculino tiene un componente de menor carga negativa.

"Hay algo que a lo largo de la Historia no ha cambiado para la Iglesia? Satán sigue entre nosotros. Y Satán está íntimamente ligado con la brujería, especialmente en el Siglo de Oro", arrancaba Palacios, citando a posteriori al menos dos citas bíblicas. "La Edad Media se convirtió en la era dorada de la brujería y los pactos con el diablo. El obispo Atanasio en su obra "Vida de Antonio", de enorme difusión gracias a una traducción al latín en el año 388, relata visiones y ataques diabólicos sufridos por el célebre ermitaño san Antonio", proseguía el investigador. "Vi al pie de mi cama un pequeño monstruo de forma humana. Tenía el cuello delgado, la cara seca, los ojos muy negros, la frente estrecha y arrugada, la nariz chata, una boca enorme, los labios hinchados, el mentón corto y afilado, una barba de macho cabrío, las orejas rectas y puntiagudas, los cabellos tiesos y en desorden, unos dientes de perro, el occipucio puntiagudo, corcovado de pecho y espalda, los vestidos sórdidos; el monstruo se agitaba furiosamente". Así describe el monje Raoul Glaber en su libro "Histoires", escrito a finales del siglo X, su visión de un demonio. Y este tipo de sucesos fue de lo más común. Así que, según Palacios, la brujería fue a más en el Siglo de Oro.

En diversas regiones españolas, francesas e italianas, se celebraron numerosos aquelarres. "Por ejemplo, en el siglo XVI, Pierre de Rostegny, señor de Lancre y juez investigador sobre causas de brujería, en sólo cuatro años, llevó a la hoguera a 600 mujeres acusadas de practicar la brujería y establecer contacto con el diablo".

El escritor se refirió profusamente a unos hechos sucedidos durante los años 1637-1642. "Hubo una epidemia en el Alto Aragón, Setenta y dos mujeres, todas de buena reputación, de entre ocho y veinte y cinco años, de repente estuvieron poseídas por el demonio. Sabemos sus nombres: Mariana Lope, Magdalena Lope, Ana Picón?", proseguía.

Después de referir los síntomas -que estaban enumerados-y que certificaban que estaban endemoniadas, el experto se refirió a por qué en España no se produjo una quema "masiva" de brujas, como en otros países europeos. La razón se esconde detrás del inquisidor Alonso de Salazar Rías.

Teo Palacios exaltó su figura, ya que formó parte del primer y único gran caso de brujería que se abrió en España; las brujas Zugarramendi, en 1610 y "tras realizar una investigación más propia de un criminólogo que que de un inquisidor", detectó que se trataba de "embustes y patrañas". Es decir, hasta cuarenta personas del pueblo se habían visto involucradas en un juicio, por enemistades, trifulcas o sobornos. Salazar Rías hizo "algo novedoso": buscó pruebas. Más tarde, salvaría de la hoguera a más de 1.300 niños de unos 8 años que habían sido juzgados previamente y a unos 46 adultos.