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Tic tac tic tac tic tac tic tac

Maniobras orquestadas en la oscuridad que recuerdan la malévola socarronería de otras películas en las que rondaba cerca Spielberg

¿Calabazas asesinas que vomitan bilis adhesiva? ¿Fieras de jardín con flatulencias estentóreas? ¿Autómatas de vil metal? ¿Libros rapaces de todo que atacan cual gaviotas hitchcockianas? ¿Vidrieras vivas? "La casa del reloj en la pared" es un juego de correr por casa con maniobras orquestadas en la oscuridad que recuerdan la malévola socarronería de otras películas en las que rondaba cerca Spielberg, como "El secreto de la pirámide", "Gremlins" o "Poltergeist": un terror en apariencia inofensivo que poco a poco se va agriando hasta tocar asuntos muy serios (la orfandad devastadora, el poder de la magia en manos equivocadas, la fiebre asesina de la humanidad, la carcoma de los seres perdidos...) para desembocar en un final impetuoso donde sentido del humor y sentido de horror se abrazan en una danza macabra tan espectacular como tenebrosa.

No es extraña la elección de Eli Roth para orquestar la sinfonía lúgubre una vez vistos los resultados. Su pasado como realizador que no le hace ascos al gore y a los golpes sucios le avala a la hora (tic tac tic tac) de meter mano a un material presuntamente infantil y darle unos cuantos meneos perturbadores. Como hiciera Spielberg con Tobe Hooper en "Poltergeist", apartar de una historia así a los Columbus / Yates de turno (sirvientes dóciles de Harry Potter, recordemos) y fichar a alguien que prefiere la deformidad antes que la uniformidad permite retirar grumos dulzones y dar un toque huraño y punzante al asunto. No siempre, claro: la película no siempre armoniza la vía revoltosa con los intereses más comerciales pero, aunque se quede a medio camino, el espacio recorrido sin ataduras es valioso y resultón.

Enriquecida con la estrafalaria química entre Jack Black y Cate Blanchett (memorable su conversión en un cruce entre Mary Poppins y Rambo para pulverizar calabazas), el admirable trabajo del niño con sus gafas de piloto (Owen Vaccaro) y un uso mesurado de los efectos especiales, "La casa..." se aleja tanto del barroquismo chisporroteante que le hubiera aportado un Tim Burton como de los barnices edulcorados de cualquier operario de Disney para convertir la típica historia de casa encantada y aprendizaje vital en una oscura, amena y amenazadora aventura por la oscuridad de los bosques negros donde aguarda el secreto del Apocalipsis.

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