Vamos a olvidarnos de lo que llegó después del primer "Depredador", sucedáneos alienígenas incluidos. Lo cierto es que la primera entrega, sin estar entre las mejores películas del añorado John McTiernan, funcionaba como contundente ejercicio de acción pura y dura, en la línea de la más depurada "Jungla de cristal" pero sin llegar a la cumbre en todos los sentidos que supuso "El último gran héroe". Título este último que, curiosa y diáfanamente, unió al guionista Shane Black con el director en uno de los fiascos financieros más gloriosos de los 90.

Desaparecido en combate McTiernan y convertido el antaño niño de oro de los guionistas en un Guadiana que tan pronto te regala joyas negrísimas ("Kiss Kiss Bang Bang" o "Dos buenos tipos") como acepta trabajos de lustroso espectáculo con ocasionales arrebatos de inteligencia férrea ("Iron Man 3"), el regreso a las pantallas de un personaje que extrañamente no llegó a ser una saga autónoma solvente (de ahí la irrupción de los engendros compartidos con "Alien") es, como poco, motivo de curiosidad y expectación. Falta, y se nota, la presencia de un Arnold Schwarzenegger que en lo suyo (y no hablo de interpretación, claro) valía su peso en oro, y falta, aunque se note menos porque ha pasado mucho tiempo, el elemento sorpresa de aquella criatura magníficamente diseñada y que, no olvidemos, no mata por placer como los humanos. Mata para sobrevivir. Y que era capaz de soltar una risotada despectiva y sarcástica justo antes de hacerse volar por los aires.

Con la testosterona, el machismo y la obscenidad al desorden paródico del día, este "Predator" resuelve las papeletas por la vía rápida, a veces demasiado rápida: confusa. A Black le faltan aún algunos cursillos para pulir su puesta en escena cuando la pantalla se alborota, y a ratos parece intentar recuperar lo peor de sus propuestas para "El último boy scout" en lo que a humor amarillento se refiere, pero su artefacto tiene la suficiente malicia para cambiar el escenario selvático por otro al lado mismo de casa con trucos y tracas hallowenescos, es guasona a la hora de cargarse los estereotipos del héroe americano y no escatima en gestos para deslizar una teoría nada descabellada y mordaz sobre el futuro de la evolución humana.

Atizando la violencia sin recato al tiempo que echa mano de chistes guarros, Black inyecta a su desmelenada histeria dosis constantes de revoltosas ideas que, vaya, se dejan atrás antes de desarrollarse debidamente. Con una Olivia Munn que se merienda con patadas a todos sus compañeros de reparto, "Predator" es una propuesta palomitera entretenida en su mayor parte, un rodillazo a la mitología de los 80 que no erosiona la confianza en Shane Black, aunque le preferimos en obras menores de alcance mayor donde el guión no dependa tanto de los efectos digitales y de los despellejamientos en cadena.