Se cumplen veinte años de la publicación de una novela terrible. De las más terribles que conozco. Cruel, desprovista de compasión, espeluznante. Se titula "El desierto y su semilla" y la escribió el periodista y crítico de arte argentino Jorge Barón Biza.

En un viaje en automóvil al hospital, Mario, el narrador, cuenta cómo las líneas del rostro de su madre, Eligia Presotto, se curvan desfigurando su simetría rosada, despidiéndose de sus formas y colores, en medio de gemidos ahogados para no llamar excesivamente la atención. Su marido Aron Gageac le acaba de arrojar un vaso de ácido a la cara.

En 1964, Jorge era un adolescente. Raúl, su padre, después de años de rupturas y reconciliaciones, había citado un domingo de agosto en su apartamento de Buenos Aires a Rosa Clotilde Sabattini, su madre, en compañía de unos abogados, para firmar los documentos del divorcio. Raúl Barón Biza, millonario, excéntrico, playboy y pornógrafo, autor de unos cuantos libros insignificantes, ofrece whisky a los invitados. Rosa Clotilde, hija de Amadeo Sabattini, un dirigente histórico de la Unión Cívica Radical, no quiere beber, sólo tiene ganas de terminar cuanto antes con el trámite que pondrá fin a sus largos períodos de desdicha. Pero Raúl toma una copa, se acerca y la vacía en su cara. No hay destilado escocés en ella sino una mezcla de ácido sulfúrico que se derrama también por su cuerpo. La víctima sale corriendo, junto a sus abogados, al hospital de guardia más cercano. Unas horas más tarde el agresor se pega un tiro en la sien y muere. En 1978, catorce años después, la mujer, que ha luchado por recuperar el rostro y, de paso, la ganas de vivir, se suicida saltando al vacío desde una ventana. Su hija María Cristina y su hijo Jorge, el autor de El desierto y su semilla, deciden también años más tarde quitarse la vida.

En 1988, la novela veía la luz como una secuela de la tragedia personal vivida por aquel adolescente de entonces. Jorge Barón Biza tenía 54 años y se había dedicado al periodismo y la crítica artística. En un principio negó la confesionalidad, no quería que los detalles más sórdidos de la vida familiar agitasen sus primeros pasos literarios. No hubo más, El desierto y su semilla fue la única novela publicada por Barón Biza que se hundía por momentos braceando por salvarse de la dipsomanía. Hasta que, imitando a su madre, saltó desde una ventana de su apartamento.

Cuando desapareció, al final de su existencia en la Córdoba argentina, malvivía de lo que le pagaba un periódico por sus artículos. Ser quejaba de que nadie le creyese cuando decía que no tenían un peso. Hasta en eso era diferente de su padre, mujeriego, opulento y despilfarrador, que dedicaba el tiempo que no le robaban la escritura y sus amantes, a financiar atentados contra el golpista José FélixUriburu. Uno de sus libros, El derecho a matar, llegó a estar censurado por subversivo: una especie de manifiesto vital que le granjeó fama de misógino y antisemita. Luego vendría el episodio del ácido sulfúrico.