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hablemos en serie

Un gran Grant en "A very english scandal"

El actor deslumbra como político gay y criminal en la magistral recreación tragicómica de un caso real

english scandal".

Aunque se empeñara flemáticamente en disimularlo con títulos como Nueve meses, El diario de Bridget Jones, Tú la letra, yo la música, ¿Qué fue de los Morgan?, ¿Cómo se escribe amor?, Un niño grande o Amor con preaviso, siempre tuvimos claro que Hugh Grant es un buen actor que solo necesitaba tiempo (y arrugas más sentido del ridículo) para demostrarlo. Empachado y enriquecido gracias a comedietas románticas en general deleznables (salvemos de la quema Cuatro bodas y un funeral, Notting Hill y Love actually), Grant a veces dejaba en casa su equipamiento de muecas y tics con el que se forjó la imagen de galán simpático con cierta tendencia a ser patoso y coquetear con el fracaso. Y ofrecía trabajos elogiables.

Hasta que llegó su hora.

Stephen Frears le fichó para Florence Foster Jenkins hace un par de años y la emparejó con Meryl Streep. Nada menos. Cuando se anunció el proyecto muchos creyeron que Grant se había vuelto loco por atreverse a dar la réplica a la actriz con la sombra más alargada del cine en las últimas décadas. El resultado fue sorprendente: la película era simplemente correcta pero el duelo entre sus estrellas echaba chispas. Grant no solo aguantaba el tipo sino que, en algunos momentos, se llevaba el plano al agua con un personaje bien matizado.

Y Grant, aplaudido incluso por quienes antes le tachaban de actor decorativo y rutinario, vio la luz. Adiós al merengue, bienvenidos los claroscuros. Le ofrecen encarnar a un personaje real -el líder homosexual del Partido Liberal británico Jeremy Thorpe, juzgado por planear el asesinato de un ex amante chantajista- y lejos de arrugarse, acepta. Y logra, con permiso del Benedict Cumberbatch de Patrick Melrose, la mejor interpretación masculina del año. Un trabajo majestuoso que captura a la perfección la compleja personalidad de un político que era cínico, manipulador, carismático y capaz de cualquier barrabasada para salvar su cuello político, pero también de jugar con fuego con aventuras de castigo, tormento y éxtasis. Hay una escena extraordinaria en la que le preguntan a Thorpe sobre su examante, al final ya de una lucha que solo dejó cadáveres exquisitos, y él, fríamente pero con la mente anegada por los recuerdos más apasionados, lo resume diciendo que era el mejor.

Detrás de esta función tan notable está un director competente como Stephen Frears, un guionista solvente como Russell T. Davies y la BBC. Si a esa alianza le unimos un gran Grant bien escoltado por un reparto sin fisuras, el resultado solo podía ser memorable. En manos de Hollywood sería casi inevitable que se cargaran las tintas negras de la conspiración criminal acompañadas de grandes dosis de melodrama, pero el toque de queda británico se impone y construye un entramado a medio camino entre la comedia socarrona, el viaje cítrico a las alcantarillas de la política y la justicia, y la crónica despiadada y mordaz de unas bajas pasiones en las altas esferas.

En dos palabras: una joya. No te la perderás, ¿no?

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