Fray José Rodríguez Carballo (O.F.M), nacido en Lodoselo (Ourense) el 11 de agosto de 1953, es ministro general de la Orden de los Frailes Menores, arzobispo de Belcastro (Italia) y secretario de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica."Acompaño a millón y medio de religiosos en el mundo", resume durante su breve estancia en el monasterio de las religiosas clarisas de Tui.

En conversación cordial, aborda problemas de la humanidad, como el imparable éxodo de africanos que huye de la muerte y aporta su opinión, que ha trasladado a líderes del mundo, cuyos nombres prefiere reservarse. La solución está en luchar para que se respeten los derechos humanos en sus países de origen, manifiesta monseñor Carballo.

-Su tarea, de gran responsabilidad, supone una gran carga...

-Ciertamente, es de gran responsabilidad. Yo intento acompañar a un millón y medio largo de religiosos y religiosas consagrados del mundo. Es un gran abanico, un hermoso mosaico, un mundo complejo con muchos desafíos. El dicasterio donde me encuentro tiene los objetivos de animar, potenciar y regular la vida consagrada. Poner orden donde no lo hay.

-¿Cómo afronta esta misión que no parece fácil?

-Para mí es un honor. Soy el primer obispo que el Santo Padre nombró para la curia romana. Lo vivo con mucha gratitud al papa Francisco, dulce Cristo en la Tierra...

-... Y amigo suyo.

-Muchas veces se lo he escrito y se lo he dicho. Para mí el papa Francisco ha sido y es padre, hermano y amigo. Yo siempre me he sentido muy cercano a él, porque he percibido su cercanía a mi persona, indignamente. He sufrido recientemente una operación y el Santo Padre me ha llamado muchas veces para saber cómo evolucionaba y estaba. Me ha confortado en momentos que no eran fáciles.

-Usted es una persona que está al día. ¿Cómo enfoca la tragedia de emigrantes que huyen buscando vida en Europa?

-A todos los hombres y mujeres de buena voluntad les diría: abramos la puerta a esta gente que viene aquí huyendo de la muerte, sabiendo que así se la abrimos a Jesús. Lo triste para mí es que el mar Mediterráneo se está convirtiendo en un cementerio y esto no puede dejar insensibles a los cristianos, porque lo que a éstos dejamos de hacer, a Jesús se lo dejamos de hacer (Mateo, 25). Y sobre esto seremos juzgados.

-Es una tragedia de la humanidad difícil de resolver, ¿no cree?

-Hay que reconocer que hay que luchar para que en los países de origen de esos hermanos nuestros, con la misma dignidad que la nuestra, hayan condiciones donde se respeten los derechos humanos y condiciones de vida auténticamente humana. Hay que hacer una inversión en esos países pobres y hay que trabajar para que esta gente no se vea obligada a emigrar.

-No hay reacción del resto del mundo en este sentido...

-Es una gran responsabilidad para los países ricos. Para toda Europa. Aquí se trata de justicia. Los bienes son de todos y para todos. Nosotros somos solo administradores. Yo sé lo que pasaron mis padres cuando emigraron a Alemania y a Suiza, sin saber una palabra del idioma. Nosotros, los gallegos, hijos de emigrantes, no podemos olvidar nuestros orígenes. Acojámosles, pero no se pueden abrir las puertas sin darles unas condiciones de vida dignas.

-¿Ha hecho llegar ese mensaje a personas con poder?

-He dicho esto en entrevistas. Cuando he tenido la oportunidad de hablar con algún hombre o mujer constituidos en autoridad, así se lo he hecho saber. Prefiero guardar su anonimato.