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La venganza es mía

Una película con buenas intenciones pero que engulle más tramas de las que puede digerir

Denzel Washington, en acción.

Dentro del subgénero de justicieros que se saltan la ley para exterminar a los malvados que se salen con la suya impunemente a costa de ciudadanos indefensos, "The equalizer" intenta distanciarse del mensaje abiertamente reaccionario para ofrecer algunas puntadas con hilos menos gruesos, sobre todo en una secuela donde la acción es escasa (eso sí, cuando llega lo hace en plan salvaje) y se incluyen algunas leves reflexiones sobre el origen y la finalidad de la violencia al tiempo que se observa con pesadumbre las lacras de la sociedad reflejadas en dos subtramas donde se hurga en las heridas sin curar del pasado y se contempla con acritud la falta de futuro de la juventud. Ese espíritu conciliador -reparador y lleno de buenas intenciones, como queda de manifiesto en la escena final donde la esperanza se pinta en las paredes del infierno- responde, sin duda, a las inquietudes de Denzel Washington como (buen) actor y director (irregular) cuando no se pone al servicio de la taquilla.

Lo malo es que esa zona de preguntas incómodas y respuestas bravas, donde la lectura de libros esclarecedores cobra una importancia decisiva, no pega ni con cola con el resto. Ese desequilibrio evidente puede dejar descontentos tanto a los que busquen una simple historia de matarife vengador como a los espectadores que esperen atrevimientos mayores (para entendernos, lo que hizo Scorsese en la genial "Taxi driver", homenajeada aquí al elegir una profesión para el protagonista). Fuqua, que no ha vuelto a rodar nada que se libre del olvido inmediato tras "Training day", empieza con un fogonazo de violencia extraña en un tren y vuelve a satisfacer al público más condescendiente con otra salvajada entre paredes de lujo. Habrá más brutalidades del bipolar personaje de Washington pero no muchas: "The equalizer 2", que engulle más tramas de las que puede digerir y resuelve la principal con unas prisas desaconsejables, tiene un ritmo pausado, cansino por momentos, y en su estallido final entrega el bastón de mando a la violencia climatológica para sacudir la pantalla con un enfrentamiento de tintes fantasmagóricos sin recurrir a la escabechina de turno.

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