Un niño que escuchó un tiroteo, un vecino que vio dónde se cavaba una fosa, nietos que conocieron al calor de la lareira la represión a la que fue sometida su aldea durante la Guerra Civil y la postguerra, abuelos que guardan en su retina el horror de los paseados, hogares en los que todavía hoy no se habla del franquismo, familias que ya han recuperado los restos de sus padres, abuelos, tíos o hermanos desparecidos durante la dictadura y otras que ni saben dónde fueron sepultados... Son algunas de las piezas del puzle de la memoria que aún hoy está a medio construir. Miles de ellas permanecen enterradas en los montes y las tapias de cementerios de todo el país. Algunas solo están pendientes de una pala, una brocha y unos pinceles que las saque de las tinieblas de la represión pero la mayoría todavía tienen por delante un largo y complicado proceso de investigación documental y testimonial para saber dónde fueron sepultadas tras el estallido de la Guerra Civil y durante la dictadura.

La falta de testigos y el miedo a hablar se convierten en los principales obstáculos, junto con la dificultad para acceder a los archivos, a la hora de emprender su búsqueda. En la actualidad, son más de 200 familias gallegas las que se han puesto en contacto con la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH), grupo originario del Bierzo leonés promotor de las primeras exhumaciones del franquismo, para dar con el lugar donde ocho décadas después del fin de la guerra siguen enterrados sus allegados. Durante los 18 años que llevan recorriendo el país para recuperar los restos de los represaliados durante la dictadura, el equipo de voluntarios de la ARMH ha abierto casi 200 fosas en toda España, casi una veintena en Galicia, y ha puesto nombre a más de 1.400 cuerpos, medio centenar gallegos.

Ninguna administración dispone de un mapa de fosas del franquismo ni de un censo de víctimas. El primer informe sobre los enterramientos de la dictadura en Galicia fue elaborado por historiadores e investigadores de la Univerdade de Santiago, cuyo contenido fue presentado en 2010 y remitido a la Oficina de Víctimas de la Guerra Civil y la Dictadura. El documento recoge un total de 80 enterramientos y los nombres de más de 5.500 represaliados en la comunidad.

De los más de 2.300 casos de desaparecidos que la ARMH tiene documentados en España, siguiendo el modelo de ficha del grupo de trabajo sobre desapariciones forzosas de la ONU, Galicia suma 150. Las peticiones de búsqueda llegan al colectivo de historiadores e investigadores por correo electrónico o llamadas telefónicas, pero también a pie de fosa, durante el proceso de exhumación. Y no solo de familiares que viven en Galicia, sino también de gallegos afincados en otras comunidades y en el extranjero.

Desde el año 2000, son más de 19.000 los mails de familiares que piden ayuda para buscar a un desparecido, así como de informantes de cientos de pueblos donde relatan el caso de la fosa común de su aldea. "El trabajo de la ARMH es hilvanar esa información y dar nombre a las personas enterradas en las cientos de fosas", apuntan desde la asociación, que ya cuenta con una relación de más de 400 enterramientos por toda la geografía español.

Es un trabajo a contra reloj. "El paso de los años y la muerte de los testimonios directos hacen mucho más difícil el trabajo de búsqueda", reconocen desde la ARMH, al tiempo que lamentan el "desentendimiento de la justicia en España y de los gobiernos", que "no han hecho más que privar a las familias de la recuperación de sus desparecidos y contribuir a que el miedo que el franquismo incrustó en sus vidas no se haya desvanecido".

Cada vez que se abre un fosa, el comportamiento de los vecinos se repite. Bajan la voz y suelen mirar a su alrededor cuando relatan lo que vieron o vivieron durante la dictadura. El miedo sigue en sus ojos.

Con cada petición que llega, el equipo se pone en marcha con la búsqueda de documentación. "Es complicado porque está dispersa o, a veces, no es accesible", relata la investigadora de la ARMH Carmen García-Rodeja. Paralelamente se hace el trabajo de campo con las fuentes orales, por lo que supone más desplazamientos y entrevistas a personas que por la edad ya no tienen los recuerdos frescos o son fuentes indirectas. Después se localiza el lugar del enterramiento y se solicitan los permisos; se hacen catas para detectar el lugar y comienza la exhumación. Recuperados los restos, se realiza el informe antropológico-forense y las pruebas de ADN. El proceso culmina con el acto de entrega a los familiares a modo de homenaje público y reparador. Para entonces, ya no hay miedo en sus gestos ni en su mirada.