Iván llegó a la hípica hace cuatro años por casualidad ya que para un chico invidente como él "hay pocas actividades extraescolares", cuenta.

Pronto sintió una buena conexión con el caballo que suele montar, un precioso ejemplar gris llamado "Charro" y, tras unos meses practicado equinoterapia junto a otros chavales con diferentes discapacidades, pasó a la clase ordinaria, con niños sin ningún tipo de problema.

Lo único que diferencia al joven cangués del resto es la mayor atención que le presta su monitora, Mónica Abraín, que no le quita ojo en toda la clase y alza con fuerza su voz para indicarle lo que debe hacer. "El método se basa en la voz; yo soy sus ojos y le voy continuamente dando indicaciones sobre cómo debe colocar las riendas, el momento del salto y los ejercicios que vamos realizando", explica la monitora, que regenta junto a su hermana Beatriz una hípica especializada en equinoterapia en Mos.

"Las personas invidentes desarrollan realmente un sexto sentido y perciben muy bien cuándo se encuentran cerca de otra persona, objetos... Iván está muy familiarizado con mi voz y solo necesitamos, especialmente en las competiciones, que se guarde silencio para que pueda escucharme bien", describe Mónica.

La especialista asegura que la hípica aporta a Iván múltiples beneficios: "Fomenta su independencia porque es una actividad que realiza él solo, mejora la concentración y, al mismo tiempo, su autoestima crece enormemente", enumera. Ante el miedo inicial de los progenitores, Mónica asegura que "es una actividad apta para todos, solo se necesitan pequeñas adaptaciones".

E Iván lo disfruta a lo grande. "Lo mejor es la velocidad que siento sobre el caballo; me fío completamente tanto de él como de Mónica", afirma.