Si de algo puede presumir David Trueba es de coherencia. Pocos creadores del panorama cultural español pueden presentar una producción con rasgos tan definidos, tan marcados, ya sea como guionista, director o novelista. Con "Casi 40", Trueba recupera a la pareja protagonista de su primera película como director, "La buena vida", para armar una reflexión sobre la necesidad de superar los traumas del pasado, sean reales o no, haciendo bueno aquel verso sabiniano:_"no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió".

A base de retazos de conversación, de miradas, de escenas de café, de cervezas, de algunas canciones interpretadas con voz desgarrada por una estupenda Lucía Jiménez y de muchas horas de carretera, Trueba y sus dos actores/cómplices construyen una película sencilla, íntima, honesta, en una línea intermedia entre "Madrid, 1987" y "Vivir es fácil con los ojos cerrados". Un filme humilde pero auténtico, rodado con naturalidad, que pese a su condición de "road movie" se crece en los planos cortos y que se toma su tiempo para explicar la singular relación entre los dos personajes y que descolla con una memorable confesión en una habitación de hotel, en la que comprendemos que el pasado no es como nos lo habíamos imaginado y que, como rezaba el título de una de las mejores novelas de Trueba, hay que saber perder. O saber crecer, que viene a ser lo mismo.