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Zánganos que miman el vino

Drones de última generación recopilan datos en las fincas de Bodegas Emilio Moro

José Moro. // Bodegas Emilio Moro

Los drones, zánganos en español, de última generación vigilan incansables las necesidades de los viñedos vallisoletanos de José Moro, presidente de Bodegas Emilio Moro, en Ribera del Duero, cuyos caldos de uva tinta fina, el tempranillo de la zona, de altísima calidad, han recibido el aplauso de 'Wine Spectator', la revista norteamericana referente del sector vinícola, tienen como embajadora de excepción a la actriz Gwyneth Paltrow y son ensalzados por su buen maridaje con las recetas del chef José Andres en sus restaurantes de Estados Unidos.

Sin apenas saber inglés, Moro (Pesquera de Duero, 1959) se lanzó en 1998 a la conquista de Estados Unidos. Y encontró la recompensa a su arrojo y esfuerzo principalmente en Texas, Florida, Nueva York y California, donde los más sibaritas disfrutan de sus finos y elegantes Malleolus de Sanchomartín, a 120 euros la botella, o del exquisito Malleolus de Valderramiro 2014, a poco más de 80 euros. La producción de Moro, químico de formación y firme defensor de impulsar una Marca España vinícola que una a todas las denominaciones de origen nacionales para la promoción en el exterior, se vende ya en otros 70 países mientras prepara su desembarco en Israel con un vino kosher elaborado bajo los preceptos del kashrut del que puedan disfrutar sin remordimientos religiosos los judíos a la vez que presenta sus dos primeros vinos blancos de uva Godello para competir con los tintos de Mencía del Bierzo plantados por primera vez en el noroeste de España por los antiguos romanos.

"Quiero vinos que no resulten indiferentes a nadie", proclama José Moro enganchado a su teléfono móvil al que le llega la incesante información recopilada por los drones que miman sus más de 200 hectáreas de viñedos propios con un exhaustivo control en las fincas de Resalso, Sanchomartín, Camino Viejo, Valderramiro y el Bierzo. Estos 'zánganos' tecnológicos han radiografiado desde el aire con infinita precisión a través de cámaras con detección de infrarrojos o ultravioletas los terrenos para facilitar un diagnóstico del estado nutricional de cada planta y delimitar la radiación absorbida por el campo, las fugas de agua o incluso la aparición de una enfermedad. "Lo que hacemos ahora es utilizar esa información recogida por las aeronaves no tripuladas con el Internet de las Cosas para analizar los datos en tiempo real al objeto de que nuestras máquinas hagan un abono a la carta" que de a cada cepa los nutrientes necesarios, explica José Moro antes de brindar con uno de sus modernos caldos de Cepa 21, la marca de vinos frescos cuyas uvas crecen en cepas centenarias diseminadas en una finca de 50 hectáreas orientada al norte para dotarle de más potencia frutal en una altitud de entre 750 y 900 metros de la que brotan pocos racimos con unos aromas a mora y zarzamora muy definidos que luego afinan las barricas de roble francés en las que se guarda el vino para su envejecimiento.

El Big Data facilita también tomar decisiones inmediatas para aumentar la cantidad y la calidad de la producción, añade Moro al apostar decidido por las nuevas tecnologías en el viñedo que su padre injertó hábilmente con uva tinta fina centenaria en un suelo arcilloso, calizo y lleno de cascajo dominado por un clima de lluvias moderadas, veranos secos e inviernos largos y rigurosos. "El vino auténtico tiene que oler a tierra, a la materia orgánica que las profundas raíces transfieren a la uva", asegura ufano antes de agradecer a su abuelo y a su padre el amor que le transmitieron por el campo para decidirse en 1989 a comercializar la uva que ellos cultivaron con trabajo de sol a sol y sin descanso.

José Moro colabora con entidades y universidades de prestigio para desarrollar la investigación de levaduras autóctonas que aporten complejidad y singularidad a unos vinos en los que él ha eliminado las tradicionales categorías de crianza, reserva y gran reserva para apostar por marcas de alta gama con personalidad propia.

Las levaduras autóctonas, extraídas de sus propias viñas, recuperan la esencia del 'terroir' del que proceden. "Si el suelo, el clima, la variedad y calidad de la uva o la madera donde reposa son factores determinantes en la calidad del vino, también lo son las levaduras con que se produce la fermentación alcohólica del mosto" argumenta Moro para presumir de unos vinos que llevan consigo el alma del viñedo.

"Los suelos calizos aportan elegancia y complejidad, los arcillosos dotan al vino de estructura y carácter y los pedregosos confieren madurez y melosidad", añade este empresario de éxito que ha pasado de producir 75.000 botellas al año en la década de 1980, cuando nació la Denominación de Origen Ribera del Duero, a vender más de un millón por todo el mundo con una facturación de más de 20 millones de euros.

Bandera única

En aquellos años en los que Moro dio el salto a la comercialización de sus caldos, los consumidores demandaban vinos robustos y astringentes, "de los que te manchaban la camisa y casi había que tomar con cuchillo y tenedor". La tendencia ahora obliga a elaborar tintos más sutiles, como los de la aventura de Cepa 21, cargados de matices agradables tanto para la boca como para la nariz. El problema, reconoce, es que en España ha caído en picado la demanda de vino, un jugo milenario "que saca lo mejor de cada persona e invita al diálogo" si se toma con moderación pero que no ha logrado hacerse con la simpatía de la juventud.

"Es cierto que muchos jóvenes no pueden pagarse un buen vino pero es que ni siquiera han vivido su cultura", lamenta al rememorar con nostalgia su niñez cuando disfrutaba en familia de un buen trago junto a su abuelo, que pisaba la uvas en un lagar que hoy es una de las mejores bodegas de Ribera del Duero, y a su padre Emilio que le dejó en herencia la ambición por elaborar el mejor vino en un país lleno de denominaciones de origen que no logran salir de la mano a promocionar en el exterior las bondades del mayor viñedo del mundo. "Yo vendería mi producto con otros bodegueros bajo una única bandera: la española", asegura afable Moro.

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