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hablemos en serie

"Killing Eve", no te rías que es dolor

Waller-Bridge une acción y humor negro en una propuesta ingeniosa a tope

Killing Eve es una serie sorprendente por dos poderosas razones. La primera: después de mostrar sus inteligentes y rompedoras credenciales en la irresistible Fleabag (que no me entere yo de que no la han visto aún) y en la simpática pero menos lograda Crashing, no podíamos sospechar que su creadora y protagonista, Phoebe Waller-Bridge, pasaría de la comedia agridulce con hojas de afeitar en muchas páginas del guion a probar suerte con una historia de asesinas despiadadas y perseguidoras atípicas que están muy lejos del prototipo de agente implacable que se las sabe todas y es infalible en sus acciones. Y sí, es cierto que su serie anterior era negrísima y mezclaba humor con dolor con un desparpajo acongojante, pero es que en Killing Eve el negro casa bien con el rojo de la sangre y la violencia no es solo verbal: aquí las peleas dejan heridas de las gordas y las balas son de verdad. Segunda razón para que te pille desprevenido: las sonrisas suelen helarse en los labios y lo que parece una señal de concordia puede convertirse de golpe y porrazo en una pelea a vida o muerte en la que todo es posible. Es un "thriller", sí. Y una comedia, también. Y un drama, claro. Incluso tiene puntos de anclaje en las historias de espionaje donde nada es lo que parece y no te puedes fiar ni del mentor. Todo junto, el cóctel es explosivo.

Vayamos por partes: Eve Polastri (una Sandra Oh que no oculta nunca las debilidades algo torpes de su personaje), es una funcionaria que se muere de tedio con su trabajo para los servicios de inteligencia británicos. Y entonces le viene que ni pintada la ocasión para darle un meneo a su vida: una asesina a sueldo recorre las ciudades europeas cargándose sin pestañear con métodos de lo más sofisticados a importantes personajes de la vida social y política. Le vale, por ejemplo, un frasco de perfume para cumplir una de sus misiones. Villanelle (una inquietante Jodie Comer con un atractivo amenazador, sobre todo porque a las primeras de cambio disimula muy bien sus habilidades mortíferas) disfruta con su trabajo, ni piensen que siente el menor remordimiento por ejecutar a quien le ponen por delante. Y a esa perfecta máquina de matar le sale de pronto una enemiga íntima con la que no contaba, y que, a falta de dotes para la lucha, tiene una intuición a prueba de bombas. El enfrentamiento pasional que aguarda en el último tramo de la temporada es toda una declaración de principios.

Lo más sobresaliente de esta serie imprevisible y poco dada a soluciones fáciles es su capacidad inagotable para pasar de un fogonazo de humor desconcertante a un arrebato crispado de violencia desatada. Incluso una escena de persecución, por ejemplo, puede albergar derivaciones cómicas que dejan una sensación de incomodidad y regocijo involuntario. Una propuesta de sexualidad ambigua, mala uva destilada con ingenio y una apuesta sin titubeos por darle al espectador lo que menos espera. En fin: de lo mejorcito de este año.

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