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Juan Ramón Lucas: "Conoces mejor la condición humana con la literatura que con la historia"

"Ya no se educa a la mujer de clase alta para casarse, pero con frecuencia se cree que el abuso es por su culpa o que debe someterse al hombre"

Juan Ramón Lucas.

El periodista Juan Ramón Lucas se estrena en el campo literario con la novela "La maldición de la Casa Grande". Y grande ha sido su ambición al elegir la fascinante historia de Miguel Zapata, "el Tío Lobo", el hoy olvidado magnate que impuso su ley en la Sierra Minera de Cartagena-La Unión.

-¿Cuándo y por qué se decidió a dar el salto a la ficción?

-Cuando tuve la historia. Lo intenté antes muchas veces con otras ideas, con otros personajes, pero nunca terminaba de verlo. Cuando hace algo más de cuatro años llegó a mi vida Miguel Zapata no tuve más remedio que ponerme a novelar la suya.

-¿Qué le sedujo de Zapata?

-La intensidad dramática de su peripecia personal: ganadero, luego minero, cacique, millonario, empresario innovador; cruel, frío y sacudido por esa desgracia en su familia y su salud, que inspira la maldición de la que se habla en la novela.

-¿Por qué se le olvidó?

-Probablemente fue eclipsado por la relevancia pública de su yerno José Maestre o enterrado para no volver a recordar aquel tiempo de oprobio.

-¿Sería posible un Tío Lobo en la España de hoy?

-Socialmente no sería aceptado de ninguna manera. En la España de hoy no podría darse otro Lobo en lo que tiene de personaje público. En lo privado, me malicio que quedan muchos con esa mentalidad.

-Como periodista, ¿qué le preguntaría?

-Le preguntaría su impresión de la novela. Y después trataría de que me aclarara lo que intento averiguar a lo largo de sus páginas: ¿cómo se puede vivir tan alejado del sufrimiento y la miseria que uno mismo provoca?

-¿Hay que sufrir mucho para que se divierta el lector?

-Me he divertido y he sufrido casi a partes iguales, aunque la última fase de escritura ha sido muy dolorosa. Es tremendo cuando te sientes incapaz de plasmar en palabras -adecuadas, hermosas, eficaces- la idea que tienes en la cabeza. Y eso me ha sucedido muy a menudo.

-¿Dónde empieza la realidad y dónde la ficción?

-No lo he medido. Me he servido de la aproximación real a la violencia, la contaminación y la miseria alrededor de la mina -me importaba mucho describir adecuadamente la realidad de esa atmósfera opresiva y oscura- para descubrir y contar un mundo casi completamente desconocido y tratar de entender a unos personajes reales -la familia Zapata-Maestre- poniéndolos en situaciones verosímiles pero imaginadas. Reconstruyo su personalidad fabulando en torno a los rasgos de carácter que de ellos se conocen y el estímulo y la provocación de personajes inventados que se mueven a su alrededor. Conoces mejor la condición humana con la literatura que con la historia.

-El personaje de María Adra es fascinante...

-María es casi por completo una creación literaria, la herramienta que utilizo para contar la historia de Zapata desde la perspectiva de quien ocupa el último escalón de una sociedad profundamente desigual. Lo que pueda resultar fascinante de ella supongo que estaba dentro de mí. Lo único cierto de esa mujer es que cuidó de Zapata y llegó a vivir con él en los últimos años del minero. Todo lo demás es una creación al servicio de la historia.

-¿Qué había de bueno en Tío Lobo?

-Desde la mentalidad actual, poco. Pero para su tiempo y su clase era un hombre admirado e influyente. Hoy sería considerado un emprendedor inteligente. Creo que su aportación fundamental fue renovar el proceso del mineraje en aquella zona.

-¿Queda algo de aquella España en la actual?

-Lamentablemente hemos avanzado mucho menos de lo que parece en cuanto a igualdad de sexos. Ya no se educa a las mujeres de clase alta para casarse, pero se sigue considerando con demasiada frecuencia que el abuso es culpa de ellas o que ellas han de someterse a los hombres.

-¿Escribir le quitó horas de sueño?

-Hay dos fases en la creación de la novela. Los primeros años fueron de documentación y búsqueda de un lenguaje y una trama para contar todo aquello. Hubo también desánimo y momentos en los que la guardé en un cajón porque era incapaz de avanzar. El apoyo de mi editora Lola Cruz y el impulso de Palmira Márquez, de Dospassos, que creyeron en el proyecto tras leer los primeros capítulos, me animaron a terminar. El último año y medio ha sido agridulce: disfruté y sufrí escribiendo... pero me discipliné, y aquí estamos. Y sí, muchas horas de sueño... solo robándoselo a él podía sacar tiempo.

-¿Se puede escribir sobre la pasión sin apasionarse?

-No. Imposible. Yo, al menos. Ni puedes escribir como mujer sin intentar serlo, ni describir el dolor sin acercarte a él o tratar de sentirlo. La literatura es más difícil que el ensayo porque te obliga a ser mucho más humano, a convertirte en todos y cada uno de tus personajes y a vivir tú mismo sus historias. Creo que de otra forma no se puede contar.

-¿Se le rebeló algún personaje?

-Todos terminan cobrando vida propia. A veces, al repasar textos escritos meses atrás me sorprendía lo que leía, no podía creer que yo hubiera escrito eso. Y no era yo, claro, sino mis personajes. Hay uno, el asturiano Samuel, que nació como adorno y a lo largo de la novela decidió ir cobrando protagonismo hasta que se convierte en fundamental al final. Lo de la vida propia de los personajes es un fenómeno tan sorprendente como real.

-Como novelista novato, ¿cuál fue el mayor reto?

-Terminar. Y la disciplina diaria de la escritura. Aunque no duermas, aunque estés cansado. Compensa porque el encuentro con la historia y los personajes, aunque a veces duela, es muy grato.

-Tantos personajes con distintas formas de hablar... ¿trabajar en la radio ayuda a tener buen oído?

-Probablemente. Pero creo que esas diferencias son más bien fruto de que los personajes están muy perfilados desde el principio, tienen carácter antes de salir a escena. Tanto que algunos, como digo, se me escapan.

-¿Le costó desprenderse de la novela?

-No creo haberme desprendido aún.

-¿Qué podemos esperar de usted como novelista?

-Que vuelva a intentarlo. Si es que el público no me da la espalda, claro.

-La Casa Grande es un personaje más... ¿Cuánto le costó construirla?

-A veces pienso que más que al propio Beltrí, el arquitecto, alumno de Gaudí, que la diseñó y construyó.

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