La venganza siempre ha sido un motor bien engrasado para el cine pero si Fritz Lang realizaba una obra maestra en Los sobornados porque tenía talento para dar y tomar, y un buen reparto, Winner hacía con su manifiesta ineptitud un bodrio que se prolongaría en sucesivas y deleznables entregas, y, lo peor de todo, "inspiraría" una especie de pseudosubgénero infestado de engendros de serie B, C y Z.

No hacía falta resucitar esa momia y menos con un Bruce Willis que parece haber escayolado el gesto y en los tiempos que corren con una América amartillada y ensangrentada por dementes que pueden hacerse con armas de todo tipo sin el menor problema. Hay que reconocer que Eli Roth no es tan incapaz como Winner y que la historia busca más el camino de la venganza personal que la cacería indiscriminada de maleantes estereotipados, y que incluso se puede atisbar algo de crítica soterrada a la venta de armas como juguetes o al fácil acceso en internet a vídeos que te explican cómo montar y desmontar un arma en casa, pero la burda glorificación de un cirujano que pasa de salvar vidas a quitarlas sin pestañear (con algún momento gore incluido) resulta no ya incómoda sino abiertamente tóxica: véase el zafio paralelismo entre Willis operando y Willis preparando su bisturí de fuego y muerte.