Llamó mucho la atención Sally Potter en el lejano 1982 con "Orlando", un ejercicio preciosista de insistente feminismo tras el que su carrera perdió lustre con lustros de silencio entre proyecto y proyecto. En cada una de sus películas dejó claro que su devoción por las formas no era siempre la mejor manera de resaltar el fondo de sus películas, y títulos como La lección de tango, Vidas furtivas, Yes o Ginger & Rosa eran más interesantes en el planteamiento que en su ejecución. Eso sí: el gusto de Potter por la fotografía refinada y los repartos robustos son indiscutibles.

"The party" mantiene su debilidad por reclutar intérpretes de primera categoría y lanza andanadas a diestro y siniestro contra todo lo que se pone por delante. Racismo, hipocresía, matrimonio, religión, política, amistad, maternidad... Incluso el Dogma. Los 71 minutos que dura la película son un hervidero en el que se acepta cualquier culpa como animal de compañía. Con una pata en ciertas fórmulas cinematográficas venidas de Dinamarca (blanco y negro, música no en tiempo real, acción directa...) pero con una imagen mucho más pulcra y enfocada, y con la otra en la herencia teatral de autores airados que meten a un grupo de personas en un espacio reducido a tirarse los trastos a la cabeza, Potter juega también la baza de cierto toque de intriga a lo Agatha Christie, como desvela desde el primer plano de una mujer que encañona a quien llama a la puerta. Descubrir la identidad de la nueva visita es una pieza clave de una tram(p)a bien calculada en la que la reunión de los amigos de la nueva ministra de Sanidad da pie a los actores (todos impecables (salvo un Cillian Murphy pasado de rosca) de patadas festivas que no dejan títere con cabeza: infieles, traidores, embusteros, ingratos... Cuidado con la resaca.