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Tutankamón, a la conquista de Giza

El Gran Museo Egipcio abre a finales de año con la exposición completa del tesoro del "faraón niño" - La primavera árabe hizo peligrar este macroedificio diseñado por arquitectos irlandeses frente a las pirámides y financiado por Japón

Mostafa Waziri, secretario general del Consejo Supremo de Antigüedades saca una momia de su tumba. // M. de Antigüedades.

Un nuevo espacio colosal para acoger la sobresaturación de joyas arqueológicas y para entender mejor el antiguo país de los faraones, desde la prehistoria hasta el periodo grecorromano, es el objetivo del Gran Museo Egipcio que será inaugurado parcialmente a finales de este año sobre 490.000 metros cuadrados frente a las pirámides de Giza, con una exposición por primera vez del tesoro completo de Tutankamón y una gran escalinata presidida por Ramsés II, decorada con piezas gigantescas. Tutankamón conquistará así el desierto de Giza, donde el gran Nilo desemboca en el Mediterráneo, más de 3.500 años después de haber reinado brevemente en Tebas, a más de 600 kilómetros de distancia de El Cairo.

La primera piedra del nuevo museo fue colocada en 2002 y su apertura ya acumula seis años de retraso, marcados por la amenaza del terrorismo islámico y una crisis económica y social que ha espantado al habitual enjambre de turistas tras la fallida primavera árabe de 2011 que liquidó a Mubarak y el alzamiento militar de 2013 que se llevó por delante a los Hermanos Musulmanes para encumbrar a la presidencia al mariscal Abdelfatah Al-Sisi.

"No existe otro país en el mundo que cada día pueda pregonar a los cuatro vientos un nuevo y asombroso descubrimiento arqueológico", presume Mostafa Waziri, secretario general del Consejo Supremo del Ministerio de Antigüedades y reconocido arqueólogo, encargado de anunciar a bombo y platillo cada uno de los espectaculares hallazgos en esta tierra desértica bendecida por el caudal del Nilo que baña las únicas zonas fértiles y habitables. Waziri muestra azorado en su despacho cairota fotos en el teléfono móvil del último botín encontrado por la misión arqueológica que él lidera en Dra Abu al Naga: una momia, dos máscaras funerarias, frescos con pintura intacta y la estatua de una mujer de 60 centímetros que representa a Isis Nefret, posiblemente cantante de las glorias de Amón-Ra y madre de la persona enterrada en la tumba, unos tesoros de la época del Imperio Nuevo (entre los siglos XVI y XI antes de Cristo) que vuelven a poner a Lúxor, la antigua Tebas capital del imperio egipcio, en el epicentro de los grandes hallazgos, donde se conserva el 35 por ciento de los monumentos arqueológicos existentes en todo el mundo.

En esta ciudad sagrada repleta de vestigios del legado faraónico brillan con luz propia el Templo de Lúxor y el santuario de Karnak al tiempo que aún se esconden diseminados en el lado occidental del río Nilo los cementerios del Valle de los Reyes y de las Reinas y el impresionante palacio de Hatshepsut, la nieta, hija y esposa de faraones que osó autoproclamarse faraón, con barba postiza incluida en sus representaciones entre 1490 y 1468 antes de Cristo.

Waziri se vuelca ahora en la conclusión del Gran Museo Egipcio que a 18 kilómetros del centro de la capital ampliará el espacio del histórico Museo Egipcio de El Cairo, guardián de 100.000 piezas expuestas y de otras 150.000 ocultas en cajas apiladas en los almacenes, pero sin cejar en su empeño por recuperar las miles de obras de arte robadas y vendidas ilegalmente por todo el mundo durante la primavera árabe de 2011, una revolución de jóvenes que puso contra las cuerdas el ambicioso proyecto museístico con forma de triángulo biselado diseñado por los irlandeses Heneghan.peng y financiado por la Agencia Japonesa de Cooperación con más de 750 millones de dólares para sumar a los 350 millones aportados por el Gobierno egipcio.

"Habíamos previsto la inauguración en 2012 pero los altercados de 2011 trastocaron la agenda y dispararon los costes", lamenta Waziri al recordar que fue Mubarak, el expresidente que ha pasado seis años en prisión acusado de la muerte de 800 manifestantes de las revueltas en la Plaza Tahrir de enero de 2011, el que consiguió la ayuda nipona para este edificio de 168.000 metros cuadrados con 50.000 dedicados a exhibición.

El Gran Museo Egipcio, con otras 100.00 piezas de incalculable valor, no eclipsará al emblemático museo de Tahrir, inaugurado en 1902, asegura el responsable del departamento de Antigüedades al enfilar la siempre colapsada carretera que lleva hasta Giza, donde el edificio que albergará la colección completa de 5.400 objetos de Tutankamón dará la bienvenida a los visitantes con la enorme estatua del venerado Ramsés II, faraón hace más de 3.000 años, que ahora se impone con sus 83 toneladas y sus más de 11 metros de altura en la plaza de la estación del ferrocarril de la capital. El coloso se mudará antes de final de año para situarse frente a las pirámides de Keops, la séptima maravilla del mundo, Kefrén y Micerino y ocupar, como hace en Abu Simbel, un lugar de excepción en el asombroso paisaje milenario de Egipto.

Ramsés II, plantado en la entrada del edificio acristalado, abrirá el paso hacia las salas de exposición por medio de una gran escalinata decorada con una excelente colección de 87 estatuas de reyes y otros enormes elementos arquitectónicos rescatados por numerosas misiones arqueológicas.

Restauración

Montones de diminutas piezas de oro, cuero y lino, cajas, amuletos, carros, camas funerarias, túnicas y joyas llenan los departamentos de conservación del nuevo museo donde restauradores, arqueólogos y egiptólogos reconstruyen el ajuar de Tutankamón, el "faraón niño", fallecido a los 19 años tras reinar durante nueve, entre 1332 y 1323 a. C.

La leyenda de la momia de Tutankamón , que descansa en su tumba del Valle de los Reyes, es inagotable, afirma Tarik Tawfik, director del nuevo museo, demostrando la inconsistencia de la teoría de que era zambo con las sandalias del rey en sus manos tras recuperarlas de las cajas apiladas en los almacenes de Tahrir.

Las piezas en las que trabaja el equipo de Tawfik permanecieron durante más de 90 años sin tocar en un baúl del descubridor en 1922 de la tumba de Tutankamón, el egiptólogo británico Howard Carter. "Muchos pensaban que iba a ser imposible recuperar esos objetos", asegura agradecido a sus restauradores con quienes comparte el enigma que envuelve la burda momificación del faraón más conocido de Egipto, "un caso excepcional que deja las puertas abiertas a infinidad de teorías sobre la causa de su muerte".

"Es incomprensible que haya sido momificado tan mal cuando los egipcios tenían ya una experiencia de más de 2.000 años en el arte de enterrar a sus muertos", reconoce sin poder concretar una hipótesis plausible de la muerte de Tutankamón, hijo de Akenatón, el esposo de la bella Nefertiti que declaró al Sol Atón como único dios de Egipto y borró de un plumazo el repleto panteón de los dioses del país más rico y poderoso del mundo en aquel tiempo. "Está claro que lo enterraron con prisas para que el pueblo no se enterase de su muerte y poder entronizar a su sucesor sin trifulcas", justifica Tarik Tawfik. No descarta la posibilidad de que fuese asesinado, aunque casi prefiere la teoría más extendida de que el joven se cayó de un carro de caza, se rompió la cadera y falleció de un fuerte golpe en la cabeza ante la impotencia de su madre, una mujer desconocida cuya momia reposa en el Museo de El Cairo a la espera de identificación y cuyo ADN confirmó su maternidad de Tutankamón.

Nada se sabe del paradero de Nefertiti una vez descartada la efímera tesis del arqueólogo británico Nicholas Reeves, según la cual la tumba de la reina se encontraba al lado de la de Tutankamón. "Es imposible que una reina de la importancia de Nefertiti fuese enterrada a modo de comparsa de Tutankamón", refuta el egiptólogo Hamdi Zaki, convencido de que cuando aparezca la sepultura de la bella esposa de Akenatón será de una grandiosidad similar a la de Keops, enterrado hace más de 4.500 años, y estará alejada del Valle de las Reinas, adonde solo podían ir los restos de las seguidoras de Amón, y muy cerca de Amarna donde su marido instauró la capital durante su reinado de 17 años.

Plaga contemporánea

La galería del "faraón niño", que renegó de su padre hereje, reinstauró el politeísmo y devolvió la capitalidad a Tebas, se expondrá en 7.000 metros cuadrados del nuevo museo para mostrar por primera vez desde el descubrimiento de la tumba las 5.400 piezas que maravillaron al mundo en 1922. "Hasta el momento solo se había mostrado un tercio del ajuar", revela Tawfik frente a uno de los 19 laboratorios de conservación repartidos por el edificio que cuenta con salas de fumigación para detener el desarrollo de los hongos, origen de tantas leyendas de maldiciones.

El museo pretende abrir sus puertas completamente en 2022 para alzarse en bandera de la recuperación de un sector turístico hundido por la amenaza terrorista. Como una plaga contemporánea, el yihadismo mantiene al país en estado de emergencia desde el pasado mes de abril y en vilo , sobre todo en la región del Sinaí, por la amenaza de las milicias, una de ellas del Estado Islámico, dispuestas a impedir la resurrección del principal motor económico de esta nación protegida por la arena del desierto que cubre el 95 por ciento de su territorio de un millón de kilómetros cuadrados y donde residen 104 millones de personas: musulmanes suníes en su mayoría y cristianos coptos que custodian con fe infinita en pleno centro de El Cairo la cripta en la que se refugió la Sagrada Familia al huir de Herodes. Ni un solo judío reside hoy en este país del que salió Moisés en busca de la tierra prometida.

"Este es un lugar de paz y convivencia", asegura Waziri al animar al turismo a regresar a la cuna de los faraones donde las misiones arqueológicas españolas tienen un gran prestigio por sus titánicos trabajos en busca de tesoros que han permanecido enterrados y conservados casi intactos por la arena del desierto durante más de doce siglos, hasta el hallazgo en 1799 de la Piedra Rosetta con inscripciones en egipcio, demótico y griego antiguo, una pieza, guardada en el Museo Británico de Londres, fundamental para descifrar los jeroglíficos de la época de los faraones. Esa fue la chispa que logró prender la llama de la fiebre por Egipto.

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