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La vida es una tómbola

La actriz Kate Winslet, en una escena de la película.

Kate Winslet repite en cierto modo su papel en "Titanic". Quiero decir: su vida es un naufragio. Pero no lo sufre junto al hombre que ama sino al lado de alguien que nunca se sacrificaría por ella. Un pescador en aguas estancadas. La tómbola ha sido injusta y entra en el museo de los errores que tanto frecuenta Woody Allen cuando aborda el universo femenino con un telescopio de espejos dramáticos. Nunca tan amargos como en "Wonder Wheel". No es Allen un creador que solo deje ruinas a su paso. Lo habitual es que deje un resquicio a la esperanza, o un brote de ilusión, aunque lo enmascare de ironía. Aquí el pesimismo es punzante. Arisco incluso. Quizá tener a Kate Winslet fuera decisivo. Es una actriz determinante, perfecta para desgarrar la pantalla con personajes condenados acumular delitos y falsas esperanzas, juguetes rotos en manos del desatino. Se ha buscado la sombra de Tennessee Williams en la sombría teatralización de la película, una visita acompañada a un zoo de cristal, pero tampoco se debe olvidar a un gigante como Eugene O'Neill.

Listo como el hambre, Allen envuelve su obra de teatro con un lienzo en el que ni un solo color está puesto ahí por casualidad. Ni uno. La paleta la poneVittorio Storaro, cuya contribución a obras maestras del cine es por todos conocida. O debería. Sus imágenes ilustran, describen, sugieren. Una obra maestra de creación fotogrática. Allen le da carta blanca y se concentra en rodear al personaje de Winslet de una maraña emocional de la que pocas actrices saldrían indemnes con tanta naturalidad. Tan voraz es su patetismo como veraz su dolor que la deja carne viva. Estaríamos hablando de una cumbre en el cine de Allen si todos los personajes estuvieran tan bien dibujados, si todos los destinos cruzados se modularan con la misma precisión y rotundidad, pero no es así y la película se queda a medio camino. Pero medio Woody sigue siendo mucho Allen.

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