La carrera y biografía de Silvia Pérez Cruz son las de una trayectoria en constante ascenso... a las estrellas. De los 4 a los 18 años estudia solfeo, piano y saxo alto. De los 12 a los 16 años estudia y da clases en la escuela fundada por su madre Glòria Cruz, y de vez en vez canta en tabernas acompañada por su padre, el guitarrista Càstor Pérez. Profesionalmente se da a conocer tanto en grupo (Las Migas) como en solitario con colaboraciones, como en el disco "granada" con las guitarras de Raül Fernandez Miró. Raül es hoy plena actualidad por otro disco con exuberante voz femenina, el debut de Rosalía. En 2014 brindó con Pérez Cruz ese disco, una de las grandes obras de la década.

Y tras ella, Silvia obtiene el éxito más mediático merced a un Goya. Pero la cantante catalana no se acomoda y, entregada durante casi un lustro a directos con un quinteto de cuerda, termina en 2017 grabando" Vestida de nit", que es la obra que la acercó a Vigo. Por fin.

Con el Teatro Afundación lleno hasta la bandera apareció Pérez Cruz puntual sobre el escenario, sola, vestida de noche como reza su disco, y así, a capella, se ganó en los primeros cinco minutos al auditorio, estremeciendo con una preciosa versión de "Negra sombra". Pero ojo: que un artista "de fuera" se meta al respetable en el bolsillo cantando una popular canción gallega puede ser muy fácil y un gesto para la galería. La diferencia es que Pérez Cruz vino defendiendo un disco de versiones de temas que la han acompañado media vida. Canciones de esas que haces tuyas por motivos incluso sentimentales. Por eso explicó, aún sola en el escenario, que "Negra sombra" era una canción que llevaba muy dentro ya que su abuela, orensana, siempre se la cantaba.

A partir de ese momento de emocionante autenticidad se despejaron las dudas (si alguien las tenía). Silvia es una autora diferente a la media, exigente, inteligente y armada de un discurso coherente. Y no estaba sola sobre las tablas. La acompañó el quinteto formado por Miquel Àngel Cordero (contrabajo), Joan Antoni Pich (violoncelo), Elena Rey (violín), Anna Aldomà (viola) y Carlos Montfort (violín). Quinteto con el que lleva años girando, lo cual se evidenció en sinergias, complicidades, miradas y hasta vaciladas. Impagable el momento en que entre carcajadas la cantante advierte que uno de sus músicos está bostezando.

EL quinteto, por cierto, navega virtuoso entre el clasicismo y el camerismo más moderno, el jazz, la improvisación. Es un armazón solidísimo y nada anecdótico, porque la nueva música de Silvia Pérez Cruz es osada, hermosa pero exigente, misteriosa y embriagadora. Cualidades que en directo llegan hasta lugares muy, muy elevados. Inmensa Cruz y enorme sexteto. Y pasmosa la voz de la artista, entre la fragilidad y el arrebato flamenco, versátil y capar de arrimarse con éxito a cualquier palo.

En este sentido, es memorable el modo en que hace suyas habaneras, palos jondos, fados, el legado de Enrique Morente y el de Amalia Rodrigues, la música brasileña o la nova cançó catalana. En el teatro hizo brillar temas como "Tonada de luna llena" de Simón Díaz, "Corrandes d'Exili" de Joan Oliver, o la reclamada a los bises (e interpretada) "Gallo rojo, gallo negro". Todas las versiones interpretadas por esa voz suprema, libre y capaz de improvisar sin hacer peligrar las canciones. Asombrosa.

Hubo muchos momentos para el recuerdo, el viernes, como por ejemplo la ovación de varios minutos a "No hay tanto pan", que interrumpió el concierto y cargó de emoción el teatro; o esa increíble "Lambada" totalmente transformada (y para la que pidió coros al público); o cuando entregó a los bises un divertidísimo medley improvisando insospechadas estrofas de "Despacito", Beyoncé, "La gasolina" de Daddy Yankee, el "Rehab" de Amy Whitehouse y hasta el nefando tractor amarillo. La emoción no está reñida con el cachondeo y las carcajadas, quedó demostrado.

En determinado momento avisó una cálida Silvia que, aunque no solía hacerlo, le apetecía, al acabar, bajar a firmar en el puesto de ventas sus discos "y saludaros y daros dos besos a todos", con lo que a la salida del concierto la marea de gente ante el puesto instalado en el hall del teatro fue de vértigo. Fuera llovía a cántaros, pero marchábamos con los corazones calientes.