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LA ESPUMA DE LAS HORAS

LaMotta, el toro que recibía cornadas

Campeón y saco de golpes, enemistado con la vida, vivió hasta los 95 años

Jake LaMotta, en 1949, tras obtener la corona del peso medio.

Murió Giacobbe "Jake" La Motta de una neumonía a los 95 años. Buena parte de ellos los dedicó a odiar al mundo. Fuera de los cuadriláteros se hizo famoso gracias a la aclamada película Toro Salvaje (Raging Bull), dirigida por Martin Scorsese en 1980, basada en sus memorias e interpretada por Robert De Niro. LaMotta era también un toro desbocado fuera del ring, violento, pendenciero y maltratador de mujeres. Un chico malo con un temperamento terrible que hizo de la rabia su principal aliado en los combates que mantuvo a lo largo de su carrera. En ellos descorchaba su enemistad frente a los adversarios, jamás se rendía, se volvía más peligroso cuando le golpeaban: la paliza que recibió de Ray Sugar Robinson el 14 de febrero de 1951 en el Estadio de Chicago quedó grabada en la historia del boxeo como la segunda masacre del Día de San Valentín, en alusión a los asesinatos de 1929 en la misma Ciudad del Viento. Era capaz de absorber una ráfaga de golpes tras otra sólo para provocar un barrido aún más brutal en su oponente. Como él mismo dictó en sus memorias: encajaba todo el castigo que podía recibir para seguir devolviendo los puñetazos. Ganó 83 peleas, 30 por knockout, y perdió 19, incluyendo el arreglo que le permitió más tarde aspirar al título del peso medio que conseguiría en 1949 al derrotar a Marcel Cerdan, el amor de Édith Piaf, en Detroit. Hizo cuatro nulos, y en 106 enfrentamientos fue derribado sólo en una ocasión.

LaMotta había sido favorecido para derrotar a Billy Fox, de Filadelfia, en una pelea de peso semipesado en noviembre de 1947, pero las apuestas oscilaron 3 a 1 a favor de Fox poco antes del enfrentamiento y debido a una inyección de dinero del crimen organizado. Fue golpeado y el combate se detuvo sospechosamente en el cuarto asalto. La Comisión Atlética del Estado de Nueva York investigó por qué LaMotta había perdido deliberadamente la pelea; éste afirmó que se había sentido perjudicado por una lesión en el bazo sufrida durante un entrenamiento. Por ocultarla le cayeron mil dólares de multa y una suspensión de siete meses. Ahí quedó todo. Pero en 1960, cuando el subcomité antimonopolio del Senado celebró sus audiencias sobre la influencia del crimen organizado en el boxeo, LaMotta admitió que había accedido a perder la pelea de Fox a cambio de poder aspirar a la corona del peso medio. Acabó confesando que uno de los hombres que amañaron el combate había sido Blinky Palermo, que dirigía los pasos de Fox y controlaba el cotarro en Philly. LaMotta había recibido su oportunidad 17 meses después de la pelea arreglada: derrotó por KO técnico a Cerdán en el décimo asalto y se convirtió en campeón mundial de la categoría.

De Blinki Palermo se dijo que había sabido aprovechar los deslices amorosos de LaMotta para seguir desplumándolo. Lo hizo a conciencia. Palermo era el lugarteniente de Franki Carbo, un mafioso de cuidado, de origen catalán, que entre sus múltiples negocios tenía el de exprimir a los pugilistas. Fue acusado en tres ocasiones de atraco y asesinato, y en todas ellas consiguió burlar la prisión mediante el soborno. Hasta que en 1928 dio con sus huesos en la penitenciaría. Cuando se probaron los cargos contra él por manipular combates y apuestas, el Gran Jurado Federal lo desposeyó de la licencia de manager. Tras las rejas, siguió, sin embargo, manejando los hilos de sus negocios en el boxeo a través de Palermo hasta su salida de la cárcel en libertad vigilada.

En 1962, la Policía volvió a echarle el guante, tras el testimonio de Don Jordan, un excampeón del peso welter que declaró ante un tribunal que Carbo había obligado a su manager, bajo amenazas de muerte, a entregarle la mayor parte de las bolsas ganadas en el ring frente a rivales elegidos por el propio gángster.

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